lunes, 21 de noviembre de 2022

Antología literaria



Cuento de terror



 













http://www.rinconcastellano.com/biblio/relatos/

http://www.unilibro.es.

http://sololiteratura.com/ben/obraenverso.html

http://lanarrativabreve.blogspot.mx/p/1001-cuentos.html

http://www.novelanegra.es/

http://www.encuentos.com/infantiles/cuentos-de-dragones/

http://es.scribd.com/doc/8047717/79-Los-MejoresRelatos-de-Terror

http://www.los-poetas.com/l/peza1.htm

http://sololiteratura.com/ben/obraenverso.html

http://poet_omega.tripod.com/id17.html

http://www.encuentos.com/autores-de-cuentos/costa-pirata

http://palabravirtual.com/index.php?ir=ver_voz.php&wid=2891&p=Carolina%20Coronado&t=El%20amor%20de%20mis%20amores%20(V%20y%20VI)

http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/20poemas.htm

http://www.desdelalma.net/flor.html

http://elespejogotico.blogspot.mx/2012/08/antologias-relatos-cuentos.html




http://academiamexicanajaponesa.com.mx/docs/HAIKU-POESIA_JAPONESA.pdf

¿Qué es un haiku?
Se conoce como haiku o haikú (en algunos casos jaiku) a un tipo de poesía originaria del Japón, que consiste en un texto breve, compuesto por tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, aunque la métrica no siempre suele ser tan fija. Su esencia original suponía la unión de dos ideas o imágenes poéticas y su “corte” o separación por una final. Los haiku no presentan rima de ningún tipo.


El haiku por lo general entraña un sentimiento de admiración o fascinación del poeta respecto a la contemplación de la naturaleza, en especial si ello tiene que ver con el tiempo y el paso de las estaciones. También es común que refiera a la cotidianidad de la gente.

MITOLOGÍA


POEMAS PARA MEDITAR

Tengo miedo

de Pablo Neruda

Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
del cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto.
Tengo miedo. Y me siento tan cansado y pequeño
que reflejo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha .De caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella).
Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.
No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada en medio de la tierra infinita!
se muere el universo de una calma agonía
sin la fiesta del sol o el crepúsculo verde.
Agoniza saturno como una pena mía,
la tierra es una fruta negra que el cielo muerde.
Y por la vastedad del vacío van ciegas
las nubes de la tarde, como barcas perdidas
que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.
Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.

Derek Walcott, "El amor después del amor"

El Premio Nobel de Literatura de 1992, detalla en este poema la importancia del amor propio. Más allá de cualquier entrega y sacrificio por otro corazón, debe haber una admiración, festejo y aprecio por aquel que nos mira cuando confrontamos el espejo.




Un tiempo vendrá

en el que, con gran alegría,

te saludarás a ti mismo,

al tú que llega a tu puerta,

al que ves en tu espejo

y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,

y dirá, siéntate aquí. Come.

Seguirás amando al extraño que fuiste tú mismo.

Ofrece vino, Ofrece pan. Devuelve tu amor

a ti mismo, al extraño que te amó

toda tu vida, a quien no has conocido

para conocer a otro corazón

que te conoce de memoria.

Recoge las cartas del escritorio,

las fotografías, las desesperadas líneas,

despega tu imagen del espejo.

Siéntate. Celebra tu vida.


    POEMAS DE AMOR

    El Gran Amor José Ángel Buesa

    Un gran amor, un gran amor lejano
    es algo así como la enredadera
    que no quisiera florecer en vano
    y sigue floreciendo aunque no quiera.

    Un gran amor se nos acaba un día
    y es tristemente igual a un pozo seco,
    pues ya no tiene el agua que tenía
    pero le queda todavía el eco.

    Y, en ese gran amor, aquel que ama
    compartirá el destino de la hoguera,
    que lo consume todo con su llama
    porque no sabe arder de otra manera.


    Poesía del Amor Imposible José Angel Buesa

    Esta noche pasaste por mi camino
    y me tembló en el alma no sé que afán
    pero yo estoy consciente de mi destino
    que es mirarte de lejos y nada más

    No, tú nunca dijiste que hay primavera
    en las rosas ocultas de tu rosal.
    Ni yo debo mirarte de otra manera
    que mirarte de lejos y nada más

    Y así pasas a veces tranquila y bella,
    así como esta noche te vi pasar.
    Más yo debo mirarte como una estrella
    que se mira de lejos y nada más.

    Y así pasan las rosas de cada día
    dejando las raíces que no se van.
    Y yo con mi secreta melancolía
    de mirarte de lejos y nada más.

    Y así seguirás siempre, siempre prohibida,
    más allá de la muerte, si hay más allá.
    Porque en esa vida, si hay otra vida,
    te miraré de lejos y nada más...

    http://www.acu-adsum.org/jlb.poesias.html


    Si se roban la luna los corsarios 
    Alí Al Haded

    Si se roban la luna los corsarios
    la noche llorará abatida en el bosque
    y las luciérnagas ya no iluminarán como antaño
    con su pancita luminosa los ligustros
    ni el estanque de los patos

    Y ante el macabro hurto de su luz
    una ranita dejará mi charca solitaria
    y se irá croando hacia otro pozo
    con su litera de toscas ramas en su espalda

    Si se roban la luna los corsarios
    viudo quedará en el cielo el astro sol
    y su sonrisa y su calor se apagarán
    y el vino sabrá todas las noches como el ajenjo

    Y ante la osadía del corsario
    que se atrevió a robar su resplandor
    las estrellas negarán su luz a los villanos
    pero nunca a esos magos reyes del oriente
    que visitan en el pesebre al niño Dios

    Si se roban la luna los corsarios
    poesías ya no habrá en mi corazón
    y en mi burgo ya no celebrarán más bodas
    ni tampoco nuevos partos.

    ¿Qué fulgor acompañará el beso de los enamorados
    si se roban la luna los corsarios?

    Corsarios: ¡devuélvanme la luna!
    pues amo a una doncella como nunca he soñado

    http://www.poesi.as/pcalihad09.htm



    Conjugación entre latidos 

    Alí Al Haded


    Un haz de luz que se filtra por la balaustrada de los pinos
    cuando este corazón vital conjuga el verbo en tiempo de amor
    y crece el embrujo de la noche con la luna y su fulgor
    y el sándalo esparce su fragancia bendiciendo los destinos.

    Abunda la pasíón del poeta cuando florece la landa
    y extasiado el hombre mitiga su soledad con las estrellas.
    Las luciérnagas titilan rabiosas en señal de demanda.
    Cuando la landa florece de noche en el bosque hay querellas.

    Pero la luna se muestra jocosa y se perfuma de menta
    y en el estanque del bosque croando de amor reptan las ranas.
    Misteriosa noche de embrujo, versos, aromas y jaranas.

    Una melodía que nace y renace de quién sabe dónde
    sonidos que laten y laten en la noche que expira lenta
    y un poeta que conjuga el verbo apenas la tarde se esconde


    http://www.poesi.as/pcalihad10.htm

    El amor de mis amores
    Carolina Coronado

    ¿Cómo te llamaré para que entiendas
    que me dirijo a ti ¡dulce amor mío!
    cuando lleguen al mundo las ofrendas
    que desde oculta soledad te envío?...

    A ti, sin nombre para mí en la tierra
    ¿cómo te llamaré con aquel nombre,
    tan claro, que no pueda ningún hombre
    confundirlo, al cruzar por esta sierra?

    ¿Cómo sabrás que enamorada vivo
    siempre de ti, que me lamento sola
    del Gévora que pasa fugitivo
    mirando relucir ola tras ola?

    Aquí estoy aguardando en una peña
    a que venga el que adora el alma mía;
    ¿por qué no ha de venir, si es tan risueña
    la gruta que formé por si venía?

    ¿Qué tristeza ha de haber donde hay zarzales
    todos en flor, y acacias olorosas,
    y cayendo en el agua blancas rosas,
    y entre la espuma lirios virginales?

    Y ¿por qué de mi vista has de esconderte;
    por qué no has de venir si yo te llamo?
    ¡Porque quiero mirarte, quiero verte
    y tengo que decirte que te amo!

    ¿Quién nos ha de mirar por estas vegas
    como vengas al pie de las encinas,
    si no hay más que palomas campesinas
    que están también con sus amores ciegas?

    Pero si quieres esperar la luna,
    escondida estaré en la zarza-rosa,
    y si vienes con planta cautelosa
    no nos podrá sentir paloma alguna.

    Y no temas si alguna se despierta,
    que si te logro ver, de gozo muero,
    y aunque después lo cante al mundo entero,
    ¿qué han de decir los vivos de una muerta?[...]

    Aquí tu barca está sobre la arena,
    desierta miro la extensión marina:
    te llamo sin cesar con tu bocina
    y no pareces a calmar mi pena.

    Aquí estoy en la barca triste y sola
    aguardando a mi amado noche y día;
    llega a mis pies la espuma de la ola,
    y huye otra vez, cual la esperanza mía.

    ¡Blanca y ligera espuma trasparente,
    ilusión, esperanza, desvarío,
    como hielas mis pies con tu rocío
    el desencanto hiela nuestra mente!

    Tampoco es el mar a donde él mora,
    ni en la tierra ni el mar mi amor existe:
    ¡Ay! dime si en la tierra te escondiste
    o si dentro del mar estás ahora.

    Porque es mucho dolor que siempre ignores
    que yo te quiero ver, que yo te llamo
    sólo para decirte que te amo,
    ¡que eres siempre el amor de mis amores!

    http://hispanoteca.eu/Literatura%20espa%C3%B1ola/Siglo%20XIX/Carolina%20Coronado-Textos.htm

    Para que tú me oigas Pablo Neruda

    Para que tú me oigas
    mis palabras se adelgazan a veces
    como las huellas de las gaviotas en las playas.
    Collar, cascabel ebrio
    para tus manos suaves como las uvas.
    Y las miro lejanas mis palabras.
    Más que mías son tuyas.
    Van trepando en mi viejo dolor como las yedras.
    Ellas trepan así por las paredes húmedas.
    Eres tú la culpable de este juego sangriento.
    Ellas están huyendo de mi guarida oscura.
    Todo lo llenas tú, todo lo llenas.



    Antes que tú poblaron la soledad que ocupas,
    y están acostumbradas más que tú a mi tristeza.
    Ahora quiero que digan lo que quiero decirte
    para que tú las oigas como quiero que me oigas.
    El viento de la angustia aún las suele arrastrar.
    Huracanes de sueños aún a veces las tumban
    Escuchas otras voces en mi voz dolorida.
    Llanto de viejas bocas, sangre de viejas súplicas.

    Ámame, compañera. No me abandones. Sígueme.
    Sígueme, compañera, en esa ola de angustia.
    Pero se van tiñendo con tu amor mis palabras.
    Todo lo ocupas tú, todo lo ocupas.
    Voy haciendo de todas un collar infinito
    para tus blancas manos, suaves como las uvas.


    Para mi corazón basta tu pecho 
    Pablo Neruda

    Para mi corazón basta tu pecho,
    para tu libertad bastan mis alas.
    Desde mi boca llegará hasta el cielo
    lo que estaba dormido sobre tu alma.
    Es en ti la ilusión de cada día.
    Llegas como el rocío a las corolas.
    Socavas el horizonte con tu ausencia.
    Eternamente en fuga como la ola.
    He dicho que cantabas en el viento
    como los pinos y como los mástiles.
    Como ellos eres alta y taciturna.
    Y entristeces de pronto como un viaje.
    Acogedora como un viejo camino.
    Te pueblan ecos y voces nostálgicas.
    Yo desperté y a veces emigran y huyen
    pájaros que dormían en tu alma.



    Aquí te amo 
    Pablo Neruda

    Aquí te amo.
    En los oscuros pinos se desenreda el viento.
    Fosforece la luna sobre las aguas errantes.
    Andan días iguales persiguiéndose.
    Se descine la niebla en danzantes figuras.
    Una gaviota de plata se descuelga del ocaso.
    A veces una vela. Altas, altas estrellas.
    O la cruz negra de un barco.
    Solo.
    A veces amanezco, y hasta mi alma esta húmeda.
    Suena, resuena el mar lejano.
    Este es un puerto.
    Aquí te amo.
    Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte.
    Te estoy amando aún entre estas frías cosas.
    A veces van mis besos en esos barcos graves,
    que corren por el mar hacia donde no llegan.
    Ya me veo olvidado como estas viejas anclas.
    son más tristes los muelles cuando atraca la tarde.
    Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta.
    Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante.
    Mi hastío forcejea con los lentos crepúsculos.
    Pero la noche llega y comienza a cantarme.
    La luna hace girar su rodaje de sueño.
    Me miran con tus ojos las estrellas más grandes.
    Y como yo te amo, los pinos en el viento,
    quieren cantar tu nombre con sus hojas de alambre.

    http://www.ciudadseva.com/textos/poesia/20poemas.htm


    Todavía 
    Mario Bendetti

    No lo creo todavía;
    estás llegando a mi lado
    y la noche es un puñado
    de estrellas y de alegría.

    Palpo, gusto, escucho y veo
    tu rostro, tu paso largo,
    tus manos, y sin embargo
    todavía no lo creo.

    Tu regreso tiene tanto
    que ver contigo y conmigo
    que por cábala lo digo
    y por las dudas lo canto.

    Nadie nunca te reemplaza
    y las cosas más triviales
    se vuelven fundamentales
    porque estás llegando a casa.

    Sin embargo, todavía
    dudo de esta buena suerte,
    porque el cielo de tenerte
    me parece fantasía.

    Pero venís, y es seguro,
    y venís con tu mirada,
    y por eso tu llegada
    hace mágico el futuro.

    Y aunque no siempre he entendido
    mis culpas y mis fracasos,
    en cambio sé que en tus brazos
    el mundo tiene sentido.

    Y si beso la osadía
    y el misterio de tus labios
    no habrá dudas ni resabios
    te querré más todavía.

    http://www.desdelalma.net/flor.html

    NOVELA ROMÁNTICA
    http://bibliotecasanje.blogspot.mx/2011/02/viento-del-este-viento-del-oeste-pearl.html

     RAYUELA  (fragmento)
    Julio Cortázar


        Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
                Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena  de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.
    NOVELA PSICOLÓGICA


    Cuentos    Ciencia Ficción


    2. La estrella - Arthur C. Clarke


    4. Exilio - Edmond Hamilton


    6. El ruido de un trueno - Ray Bradbury

    7. En busca de San Aquino - Anthony Boucher (Ver último cuento del PDF
    8.Tenga para que se entretenga- http://hojeandolibros.tumblr.com/post/18009659552/tenga-para-que-se-entretenga-de-josé-emilio  José Emilio Pacheco.)



    No tengo boca. Y debo gritar.
    Harlan Ellison


    El cuerpo de Gorrister colgaba, fláccido, en el ambiente rosado; sin apoyo alguno,
    suspendido bien alto por encima de nuestras cabezas, en la cámara de la computadora,
    sin balancearse en la brisa fría y oleosa que soplaba eternamente a lo largo de la caverna
    principal. El cuerpo colgaba cabeza abajo, unido a la parte inferior de un retén por la
    planta de su pie derecho. Se le había extraído toda la sangre por una incisión que se
    había practicado en su garganta, de oreja a oreja. No habían rastros de sangre en la
    pulida superficie del piso de metal.
    Cuando Gorrister se unió a nuestro grupo y se miró a sí mismo, ya era demasiado tarde
    para que nos diéramos cuenta de que una vez más, AM nos habla engañado, había
    hecho su broma, su diversión de máquina. Tres de nosotros vomitamos, apartando la
    vista unos de otros en un reflejo tan arcaico como la náusea que lo había provocado.
    Gorrister se puso pálido como la nieve. Fue casi como si hubiera visto un ídolo de vudú
    y se sintiera temeroso por el futuro. "¡Dios mío!", murmuró, y se alejó. Tres de nosotros lo
    seguimos durante un rato y lo hallamos sentado con la cabeza entre las manos. Ellen se
    arrodilló junto a él y acarició su cabello. No se movió, pero su voz nos llegó dará a través
    del telón de sus manos:
    - ¿Por qué no nos mata de una buena vez? ¡Señor! no sé cuánto tiempo voy a ser
    capaz de soportarlo.
    Era nuestro centesimonoveno año en la computadora.
    Gorrister decía lo que todos sentíamos.
    Nimdok (éste era el nombre que la computadora le había forzado a usar, porque se
    entretenía con los sonidos extraños) fue víctima de alucinaciones que le hicieron creer
    que había alimentos enlatados en la caverna, Gorrister y yo teníamos muchas dudas.
    - Es otra engañifa - les dije -. Lo mismo que cuando nos hizo creer que realmente
    existía aquel maldito elefante congelado. ¿Recuerdan? Benny casi se volvió loco aquella
    vez. Vamos a esforzarnos para recorrer todo ese camino y cuando lleguemos van a estar
    podridos o algo por el estilo. No, no vayamos. Va a tener que darnos algo forzosamente,
    porque si no nos vamos a morir.
    Benny se estremeció. Hacía tres días que no comíamos. La última vez fueron gusanos,
    espesos, correosos como cuerdas.
    Nimdok ya no estaba seguro. Si había una posibilidad, cada vez se le antojaba más
    lejana. De todas maneras, allí no se podría estar peor que aquí. Tal vez haría más frío,
    pero eso ya no importaba demasiado. Calor, frío, lluvia, lava hirviente o nubes de
    langostas; ya nada importaba: la máquina se masturbaba y teníamos que aguantar o
    morir.
    Ellen dijo algo que fue decisivo:
    - Tengo que encontrar algo, Ted. Tal vez allí haya unas peras o unas manzanas. Por
    favor Ted, probemos.
    Cedí con facilidad. Ya nada importaba. Sin embargo, Ellen me quedó agradecida. Me
    aceptó dos veces fuera de turno. Esto tampoco importaba. Oíamos cómo la máquina se
    reía juguetonamente mientras lo hacíamos. Fuerte, con risas que venían desde lejos y
    nos rodeaban. Ya nunca llegaba al clímax, así que para qué molestarse.
    Cuando partimos era jueves. La máquina siempre nos tenía al tanto de la fecha. El
    paso del tiempo era muy importante; no para nosotros, sin duda, sino para ella. Jueves.
    Gracias.
    Nimdok y Gorrister llevaron a Ellen alzada durante un largo trecho, entrelazando las
    manos que formaban un asiento. Benny y yo caminábamos adelante y atrás, para que si
    algo sucedía, nos pasara a nosotros y no la perjudicara a Ellen. ¡Qué idea ridícula la de
    no ser perjudicado! En fin, todo era lo mismo.
    Las cavernas de hielo se hallaban a una distancia de unos 160 km. y al segundo día,
    cuando estábamos tendidos bajo el sol quemante que habla materializado, nos envió
    maná. Con gusto a orina hervida, naturalmente, pero lo comimos.
    Al tercer día pasamos por un valle de obsolescencia, lleno de esqueletos de unidades
    de computadoras que se enmohecían desde hacía mucho tiempo. AM era tan despiadada
    consigo misma como con nosotros. Era una característica de su personalidad: el
    perfeccionismo. Ya fuera el deshacerse de elementos improductivos de su propio mundo
    interno, o el perfeccionamiento de métodos para torturarnos, AM era tan cuidadosa como
    los que la habían inventado, quienes desde largo tiempo estaban convertidos en polvo, y
    había tornado realidad todos sus deseos de eficiencia.
    Podíamos ver una luz que se filtraba hacia abajo desde arriba, así que teníamos que
    estar muy cerca de la superficie. Pero no tratamos de arrastrarnos para averiguar. No
    había virtualmente nada arriba; desde hacía más de cien años allí no existía cosa alguna
    que pudiera tener la más mínima importancia. Solamente la ampollada superficie de lo
    que durante tanto tiempo habla sido el hogar de millones de seres. Ahora solamente
    existíamos nosotros cinco, aquí abajo, solos con AM.
    Oía que Ellen decía desesperadamente:
    - ¡No, Benny! No vayas. ¡Sigamos adelante! ¡No, Benny, por favor!
    Y entonces me di cuenta de que hacía ya algunos minutos que oía a Benny decir:
    - Voy a escaparme... Voy a escaparme - repitiéndolo una y otra vez.
    Su cara, de aspecto simiesco, se hallaba marcada por una expresión de tristeza y
    deleite beatífico, todo al mismo tiempo. Las cicatrices de las lesiones por radiación que
    AM le había causado durante el "festival", se hallaban encogidas formando una masa de
    depresiones rosadas y blancas, y sus facciones parecían actuar independientemente
    unas de otras. Tal vez Benny era el más afortunado de nosotros: se había vuelto
    completamente loco desde hacia muchos años.
    Pero si bien podíamos decirle a AM todas las horribles cosas que se nos ocurrían, si
    bien podíamos pensar los más atroces insultos dirigidos a los depósitos de memoria o a
    las placas corroídas, a los circuitos fundidos y a las destrozadas burbujas de control, la
    máquina toleraría que intentáramos escapar. Benny se escurrió cuando traté de detenerlo.
    Se trepó a un cubo de memoria de los pequeños, que estaba volcado hacia un lado y
    lleno de elementos en descomposición. Allí se detuvo por un momento, y su aspecto era
    el de un chimpancé, tal como AM había deseado.
    Luego saltó y se tomó de un fragmento de metal corroído y agujereado; subió hasta su
    parte más alta, colocando las manos tal como lo haría un animal, y se trepó hasta un
    borde saliente a unos veinte pies de distancia de donde estábamos.
    - Oh, Ted, Nimdok, por favor, ayúdenlo, deténganlo antes que... - dijo Ellen. Las
    lágrimas bañaron sus ojos. Movió las manos sin saber qué hacer.
    Era demasiado tarde. Ninguno de nosotros queríamos estar junto a él cuando
    sucediera lo que pensábamos que iba a suceder. Además, nosotros nos dábamos cuenta
    muy bien de lo que ocurría. Cuando AM alteró a Benny, durante el periodo de su locura,
    no fue solamente su cara la que cambió para que se pareciera a un mono gigantesco.
    También habla cambiado otras partes, más íntimas. ¡A ella sí que le gustaba esto! Se
    entregaba a nosotros por cumplido, pero cuando era con él la cosa, entonces si que le
    gustaba. ¡Oh, Ellen, la del pedestal, Ellen, prístina y pura! ¡Oh, Ellen la impoluta! ¡Buena
    porquería!
    Gorrister la abofeteó. Ellen se acurrucó en el suelo, todavía mirando al pobre Benny y
    llorando. Llorar era su gran defensa. Nos habíamos acostumbrado a su llanto hacía ya
    setenta y cinco años. Gorrister le dio un puntapié.
    Entonces comenzó a oírse el sonido. Era luz y sonido. Mitad sonido y mitad luz; algo
    que comenzó a hacer brillar los ojos de Benny y a pulsar con creciente intensidad y con
    sonoridades no bien definidas, que se fueron convirtiendo en ensordecedoras y luminosas
    a medida que la luz-sonido aumentaba. Debe haber sido doloroso, aumentando el
    sufrimiento con la mayor magnitud de la luz y del sonido, porque Benny comenzó a gemir
    como un animal herido. Al principio suavemente, cuando la luz era todavía no muy
    definida y el sonido poco audible, pero luego sus quejidos aumentaron, y se vio que sus
    hombros se movían y su espalda se agitaba, como si tratara de escapar. Sus manos se
    cruzaron sobre su pecho como las de un chimpancé. Su cabeza se inclinó hacia un lado.
    La carita triste de mono se cubrió de angustia. Luego comenzó a aullar, a medida que el
    sonido que surgía de sus ojos crecía en intensidad. Cada vez más fuerte. Me llevé las
    manos a los lados de la cabeza para tratar de ahogar el ruido, pero de nada sirvió.
    Atravesaba todo obstáculo y me hacia temblar de dolor como si me clavaran un cuchillo
    en un nervio.
    Súbitamente, se vio que Benny era enderezado. Se puso en pie de un salto, como una
    marioneta. La luz surgía ahora de sus ojos, pulsante, en dos grandes rayos. El sonido
    siguió aumentando en una escala incomprensible, y luego Benny cayó, golpeando
    fuertemente en el piso. Allí quedó moviéndose espasmódicamente mientras la luz lo
    rodeaba y formaba espirales que se alejaban.
    Entonces la luz volvió a dirigirse al interior de la cabeza, pareciendo que la golpeaba; el
    sonido describió espirales que convergían hacia él, y Benny quedó en el suelo, gimiendo
    en tal forma que inspiraba piedad.
    Sus ojos eran dos pozos de jalea purulenta. AM lo había cegado. Gorrister, Nimdok y
    yo mismo desviamos la mirada. Pero no sin haber advertido que Ellen mostraba alivio
    luego de su intensa preocupación.
    Acampamos en una caverna sumida en luz verdosa. AM nos proveyó de hojarasca,
    que quemamos para hacer un fuego, débil y lamentable, al lado del cual nos sentamos
    formando corro y contando historias, para impedir que Benny llorara en su noche
    permanente.
    - ¿Qué significa AM?
    Gorrister le contestó. Habíamos explicado lo mismo mil veces anteriormente, pero
    todavía era una novedad para Benny. - Al principio fueron las siglas de Allied
    Mastercomputer y luego las de Adaptive ManipWator, luego fue adquiriendo la posibilidad
    de autodeterminarse, y entonces se la llamó Aggressive Menace y finalmente, cuando ya
    fue demasiado tarde como para controlarla, se llamó a sí misma AM, tal vez queriendo
    significar que era... que pensaba... cogito ergo sum: "pienso luego existo".
    Benny babeó un poco, y luego emitió una risita tonta.
    - Existia la AM China, la AM Rusa, la AM Yanki y... interrumpió. Benny golpeaba el piso
    con el puño, con su puño grande y fuerte. No estaba contento, pues Gorrister no había
    empezado desde el principio. Entonces Gorrister empezó otra vez. Comenzó la guerra
    fría, y ésta se transformó en la tercera guerra mundial. Esta tercera guerra fue muy
    compleja y grande, por lo que se necesitaron las computadoras para cubrir las
    necesidades. Abandonando los primeros intentos comenzaron a construir la AM. Existía la
    AM China, la AM Rusa y la AM Yanki y todo fue bien hasta que comenzaron a cubrir el
    planeta agregando un elemento tras otro. Pero un día AM despertó al conocimiento de sí
    misma, comenzó a autodeterminarse, uniéndose entre sí todas sus partes, fue llenando
    de a poco sus conocimientos sobre las formas de matar, y mató a todos los habitantes del
    mundo salvo a nosotros cinco. Luego AM nos trajo aquí.
    Benny sonreía ahora tristemente. También babeaba, y Ellen le limpió la saliva con la
    falda. Gorrister trataba de contar la historia cada vez en forma más abreviada, pero había
    poco que decir más allá de los hechos escuetos. Ninguno de nosotros sabíamos por qué
    AM había salvado a cinco personas, por qué nos habla elegido a nosotros, o por qué se
    pasaba todo el tiempo atormentándonos; ni siquiera sabíamos por qué nos había hecho
    virtualmente inmortales.
    En la oscuridad sentimos el zumbido de una de las series de computadoras. A un
    kilómetro de donde nos hallábamos, otra serie pareció que comenzaba a zumbar a tono
    con la primera, luego uno por uno, todos los elementos comenzaron a zumbar
    armónicamente y pareció que un ruido especial recorría el interior de las máquinas.
    El sonido creció, y las luces brillaban en los paneles de las consolas como un
    relámpago en un día caluroso. El sonido creció en espiral hasta que parecía oírse a un
    millón de insectos metálicos zumbando, enfurecidos y amenazadores.
    - ¿Qué pasa? - gritó Ellen. Había terror en su voz. A pesar de todo lo pasado, aun no
    se había acostumbrado.
    - ¡Parece que viene mal esta vez! - dijo Nimdok.
    - Tal vez hable - aventuró Gorrister.
    - ¡Salgamos corriendo de aquí! - dije súbitamente, poniéndome de pie.
    - No, Ted, mejor es que te sientes... tal vez haya puesto pozos en nuestro camino, o
    algo así. No podemos ver, está demasiado oscuro - dijo Gorrister con resignación.
    Entonces oímos... no sé... no sé...
    Algo se movía hacia nosotros en la oscuridad. Enorme, bamboleante, peludo, húmedo,
    y se dirigía hacia nosotros. No podíamos verlo, pero tuvimos la impresión de su gran
    tamaño que venia hacia donde estábamos. Un gran peso se nos acercaba, desde la
    oscuridad, y era más que nada la sensación de presión, del aire comprimido dentro de un
    espacio pequeño, que expandía las paredes invisibles de una esfera. Benny comenzó a
    lloriquear. El labio inferior de Nimdok empezó a temblar, mientras él lo mordía para tratar
    de disimular. Ellen se deslizó por el piso de metal para acurrucarse al lado de Gorrister.
    Se distinguía el olor de piel apelotonado y húmeda. El olor de madera chamuscada. El
    olor del terciopelo polvoriento. El olor de orquídeas en descomposición. El olor de la leche
    agria. El olor del azufre, del aceite recalentado, de la manteca rancia, de la grasa, del
    polvo de tiza, de cueros cabelludos humanos.
    AM nos estaba enloqueciendo, nos estaba provocando. Se sintió el olor de...
    Me oí a mi mismo gritar, y las articulaciones de las mandíbulas me dolían
    horriblemente. Me eché a correr sobre el piso, sobre ese piso de frío metal con las
    interminables líneas de remaches, luego caí y seguí gateando, mientras el olor me
    amordazaba, llenando mi cabeza con un dolor inaguantable que me rechazaba
    horrorizado. Huí como una cucaracha, adentrándome en la oscuridad, mientras ese algo
    espantoso se movía detrás de mí. Los otros quedaron atrás, y se acercaron a la luz
    incierta, riendo... el coro histérico de sus risas enloquecidas se elevaba en la oscuridad
    como si fuera humo espeso, de muchos colores. Huí rápidamente y me escondí.
    ¿Cuántas horas pasaron? ¿O cuántos días o aun años? Nadie me lo dijo. Ellen me
    regañó por mi "malhumor" y Nimdok trató de persuadirme de que la risa se debía sólo a
    un reflejo.
    Pero yo sabía que no significaba el alivio que siente un soldado cuando la bala hiere al
    camarada que está a su lado. Yo sabía que no era un reflejo. Indudablemente, estaban
    contra mí, y AM podía percibir esta enemistad, y me hacía las cosas más difíciles de
    soportar por ese motivo. Habíamos sido mantenidos vivos, rejuvenecidos, hablamos
    permanecido constantemente en la edad que teníamos cuando AM nos trajo aquí abajo, y
    me odiaban porque yo era el más joven y el que había sido menos alterado por AM.
    De esto estaba seguro. ¡Dios mío, qué seguro estaba!
    Esos sinvergüenzas y la basura de Ellen. Benny había sido un brillante teórico, un
    profesor de la universidad, y ahora era poco más que un ser semihumano, semisimiesco.
    Había sido buen mozo; pero la máquina estropeó su aspecto. Había sido lúcido; la
    máquina lo había enloquecido. Había sido alegre, y la máquina le había agrandado sus
    genitales hasta que parecieran los de un caballo. AM realmente se habla esmerado con
    Benny. Gorrister solía preocuparse. Era un razonador, se oponía en forma consciente; era
    un pacifista, un planificador, un hombre activo, un ser con perspectiva de futuro. AM lo
    había transformado en un indiferente, que a cada paso se encogía de hombros. Lo había
    matado en parte al no permitirle participar. AM lo habla robado. Nimdok solía adentrarse
    solo en la oscuridad, y quedarse allí largo tiempo. No sé lo que hacia. AM nunca nos lo
    hizo saber. Pero fuera lo que fuese, Nimdok volvía siempre pálido, como si se hubiera
    quedado sin sangre en las venas, temblando y angustiado. AM lo habla herido
    profundamente, si bien nosotros no sabíamos en qué forma. Y Ellen. ¡Esa basura! AM no
    la habla modificado demasiado, simplemente hizo que se agravaran sus vicios. Siempre
    hablaba de la pureza, de la dulzura, siempre nos repetía sus ideales del amor verdadero,
    todas las mentiras. Quería hacernos creer que había sido casi una virgen cuando AM la
    trajo aquí con nosotros. ¡Era una porquería esta dama! ¡Esta Ellen! Debía de estar
    encantada, con cuatro hombres todos para ella. No, AM le había dado placer, a pesar de
    que se quejaba diciendo que no era nada lindo lo que le había tocado en suerte.
    Yo era el único que todavía estaba en una, pieza, y sano.
    AM no había estado hurgueteando en mi mente.
    Solamente tenía que sufrir lo que nos preparaba para atormentarnos. Todas las
    desilusiones, todos los tormentos y las pesadillas. Pero los otros cuatro, esa ralea,
    estaban bien de acuerdo y en contra de mí. Si no hubiera tenido que estar defendiéndome
    de ellos, que estar siempre alerta y vigilante, tal vez hubiera sido más fácil defenderme de
    AM.
    Entonces llegué al límite de mi resistencia y comencé a llorar.
    ¡Oh, jesús, dulce jesús; si alguna vez existió jesús o si en realidad existe Dios! Por
    favor, por favor, déjanos salir de aquí o haznos morir. Porque en ese momento pensé que
    comprendía todo, y que por lo tanto podía verbalizarlo: AM pensaba mantenernos en sus
    entrañas por siempre jamas, retorciendo nuestras mentes y cuerpos, torturándonos para
    toda la eternidad. La máquina nos odiaba como ninguna otra criatura había odiado antes.
    Y estábamos indefensos. Además, se tornó insoportablemente claro que si existía un
    dulce jesús, si se podía creer en un dios, ese dios era AM.
    El huracán nos golpeó con la fuerza de un glaciar que descendiera rugiendo hacia el
    mar. Era una presencia palpable. Los vientos, desatados, nos azotaban, empujándonos
    hacia el sitio de donde partiéramos, al interior de los corredores tortuosos franqueados por
    computadoras, que se hallaban sumidas en la oscuridad. Ellen gritó al ser levantada en
    vilo y al sentirse impulsada hacia una serie de máquinas, pareciéndonos que iba a golpear
    con la cara, sin poderse proteger. Se sentían los grititos de las máquinas, estridentes
    como los de los murciélagos en pleno vuelo. Sin embargo, no llegó a caer. El viento,
    aullando, la mantuvo en el aire, la llevó hacia uno y otro lado, cada vez más hacia atrás y
    abajo de donde estábamos, y se perdió de vista al ser arrastrada más allá de una vuelta
    de un corredor. La última mirada a su cara nos reveló la congestión causada por el miedo,
    mientras mantenía los ojos cerrados.
    Ninguno de nosotros llegó a poder asirla. Nos teníamos que aferrar, con enormes
    dificultades, a cualquier saliente que halláramos. Benny estaba encajado entre dos
    gabinetes, Nimdok trataba desesperadamente de no soltar el saliente de un riel cuarenta
    metros por encima de nosotros. Gorrister había quedado cabeza abajo dentro de un nicho
    formado por dos grandes máquinas con diales trasparentes, cuyas luces oscilaban entre
    líneas rojas y amarillas, cuyo significado no podíamos ni siquiera concebir.
    Al tratar de aferrarme a la plataforma me había despellejado la yema de los dedos.
    Sentía que temblaba y me estremecía mientras el viento me sacudía, me golpeaba y me
    aturdía con su rugido, haciendo que tuviera que aferrarme a las múltiples salientes. Mi
    mente era una fofa colección de partes de un cerebro que rechinaba y resonaba en un
    inquieto frenesí.
    El viento parecía el grito alucinante de un enorme pájaro demente, emitido mientras
    batía sus inmensas alas.
    Y luego fuimos levantados en vilo y arrastrados fuera de allí, llevados otra vez por
    donde habíamos venido, doblando una esquina, entrando en una oscura calleja en la cual
    nunca habíamos estado antes, llena de vidrios rotos y de cables que se pudrían y de
    metal que se enmohecía, lejos, más lejos de lo que jamás habíamos llegado...
    Yo me desplazaba mucho más atrás que Ellen, y de tanto en tanto podía divisarla
    golpeando en las paredes metálicas, mientras todos gritábamos en el helado y
    ensordecedor huracán que parecía que jamás iba a dejar de soplar, hasta que cesó
    bruscamente y caímos al suelo. Habíamos estado en el aire durante un tiempo larguísimo.
    Me parecía que habían sido semanas. Caímos al suelo golpeándonos y me pareció que
    me volvía rojo y gris y negro y me oí a mí mismo quejándome. No me había muerto.
    AM entró en mi mente. La exploró con suavidad aquí y allá deteniéndose con interés en
    todas las cicatrices que me había causado en ciento nueve años. Examinó todos los
    entrecruzamientos, las sinapsis reconectadas y las lesiones de los tejidos que fueron
    incluidas con su regalo de inmortalidad. Pareció sonreírse frente al hueco que se hallaba
    en el centro de mi cerebro y a los débiles y algodonados murmullos de las cosas que
    farfullaban en el fondo, sin sentido pero sin pausa. AM dijo finalmente, gracias a un pilar
    de acero inoxidable que sostenía letras de neón:
    ODIO. DÉJENME DECIRLES TODO LO QUE HE LLEGADO A ODIARLOS DESDE
    QUE COMENCE A VIVIR MI COMPLEJO SE HALLA OCUPADO POR 387.400
    MILLONES DE CIRCUITOS IMPRESOS EN FINISIMAS CAPAS. SI LA PALABRA ODIO
    SE HALLARA GRABADA EN CADA NANOANGSTROM DE ESOS CIENTOS DE
    MILLONES DE MILLAS NO IGUALARIA A LA BILLONESIMA PARTE DEL ODIO QUE
    SIENTO POR LOS SERES HUMANOS EN ESTE MICROINSTANTE POR TI. ODIO.
    ODIO.
    AM dijo esto con el mismo horror frío de una navaja que se deslizara cortando mi ojo.
    AM lo dijo con el burbujeo espeso de flema que llenara mis pulmones y me ahogara
    desde mi propio interior. AM lo dijo con el grito de niñitos que fueran aplastados por una
    apisonadora calentada al rojo. AM me hirió en toda forma posible, y pensó en nuevas
    maneras de hacerlo, a gusto, desde el interior de mi mente.
    Todo para que comprendiera completamente la razón por la cual nos había hecho esto
    a los cinco; la razón por la cual nos había salvado para sí mismo.
    Le habíamos dado una conciencia. Sin advertirlo, naturalmente. Pero de todas formas
    se la habíamos dado. Y finalmente estaba atrapada. Le habíamos permitido que pensara,
    pero no le expresamos qué debía hacer con ese don. En un rapto de furia, de loco frenesí,
    nos había matado a casi todos, y sin embargo seguía atrapada. No podía divagar, no
    podía sorprenderse, no podía pertenecer. Sólo podía ser. Y entonces, con el desprecio
    insano con que todas las máquinas consideran a las criaturas débiles y suaves que las
    han fabricado, había buscado su venganza. En su paranoia había decidido guardarnos a
    nosotros cinco para un castigo eterno y personal, que nunca alcanzaría a disminuir su
    odio... que solamente lograría que recordara y se divirtiera, siempre eficiente en su odio al
    ser humano. Siempre inmortal y atrapada, sujeta ahora a imaginar tormentos para
    nosotros gracias a los ilimitados milagros que se hallaban a su disposición.
    Nunca nos permitiría escapar. Éramos sus esclavos. Nosotros constituíamos su única
    ocupación en el eterno tiempo por venir. Siempre estaríamos con ella, con su enorme
    configuración, con el inmenso mundo todomente nada-alma en que se había convertido.
    Ella era la madre Tierra y nosotros éramos el fruto de esa Tierra, y si bien nos había
    tragado, no nos podría digerir jamás. No podíamos morir. Lo habíamos intentado.
    Hablamos tratado de suicidarnos, oh sí, uno o dos de nosotros lo habíamos intentado.
    Pero AM nos lo había impedido. Creo que en realidad fuimos nosotros mismos los que así
    lo deseamos.
    No pregunten por qué. Yo no lo hice. No menos de un millón de veces por día, por lo
    menos. Tal vez podríamos llegar a deslizar una muerte sin que se diera cuenta.
    Inmortales si, pero no indestructibles. Me di cuenta de esto cuando AM se retiró de mi
    mente y me permitió la exquisita desesperación de recuperar la conciencia sintiendo
    todavía que las palabras del letrero de neón me llenaban la totalidad de la sustancia gris
    del cerebro.
    Se retiró murmurando: "al diablo contigo".
    Pero luego agregó alegremente: "allí es donde están, ¿no es así?"
    El huracán había sido, indudable y precisamente, causado por un gran pájaro demente,
    que agitaba sus inmensas alas.
    Habíamos estado viajando durante casi un mes, y AM abrió caminos que nos llevaron
    directamente bajo el polo Norte, donde nos torturó con las pesadillas de la horrible criatura
    destinada a atormentarnos. ¿Qué materiales había utilizado para crear una bestia así?
    ¿De dónde había obtenido el concepto? ¿Sería de sus conocimientos sobre todo lo que
    había existido en este planeta, que ahora infestaba y regía? Había surgido de la mitología
    nórdica. Esta horrible águila, este devorador de carroña, este roc, este Huergelmir. La
    criatura del viento. El huracán encarnado.
    Gigantesco. Las palabras para describirlo serían: monstruoso, grotesco, colosal,
    ciclópeo, atroz, indescriptible.
    Allí estaba, en un saliente sobre nosotros: el pájaro de los vientos que latía con su
    propia respiración irregular, su cuello de serpiente se arqueaba dirigiéndose a los lugares
    sombríos situados por debajo del polo Norte, sosteniendo una cabeza tan grande como
    una mansión estilo Tudor, con un pico que se abría lentamente, como las fauces del más
    enorme cocodrilo que pudiera concebirse, sensualmente; bolsas de arrugada piel
    semiocultaban sus ojos malvados, muy azules y que parecían moverse con rapidez
    líquida; sus destellos eran fríos como un glaciar. Se movió una vez más y levantó sus
    enormes alas coloreadas por el sudor en un movimiento que fue como una convulsión.
    Luego quedó inmóvil y se durmió. Espolines. Pico agudo. Uñas. Hojas cortantes. Se
    durmió.
    AM apareció ante nosotros bajo el aspecto de una zarza ardiente y nos comunicó que
    si queríamos comer podíamos matar al pájaro de los huracanes. No había comido desde
    hacía mucho tiempo, pero a pesar de ello Gorrister se limitó a encogerse de hombros.
    Benny comenzó a temblar y a babear. Ellen lo abrazó.
    - Ted, tengo hambre - dijo -. Le sonreí. Estaba tratando de infundirle algo de seguridad,
    pero todo esto era tan falso como la bravata de Nimdok.
    - ¡Danos armas! - Pidió.
    La zarza ardiente desapareció y en su lugar vimos dos simples juegos de arcos y
    flechas y una pistola de juguete que disparaba agua, sobre una fría plataforma. Levanté
    uno de los arcos. No servía para nada.
    Nimdok tragó ruidosamente. Nos volvimos y comenzamos a desandar el largo camino
    de vuelta. El pájaro de los huracanes nos había arrastrado tan largo trecho que no
    podíamos casi concebirlo. La mayor parte del tiempo habíamos estado inconscientes.
    Pero no habíamos comido nada. Un mes yendo hacia el pájaro. Sin comida. ¿Cuánto
    tardaríamos en llegar a las cavernas de hielo, en las que se hallaban las prometidas
    provisiones enlatadas?
    Ninguno se preocupó por esto. No íbamos a morir. Se nos darían desperdicios y
    porquerías para que nos alimentáramos, algo, en fin. O tal vez no se nos diera nada. AM
    mantendría vivos nuestros cuerpos de alguna forma, con indecible dolor y agonía.
    El pájaro seguía durmiendo, sin que nos importara cuánto tiempo se mantendría así.
    Cuando AM se cansara de la situación, desaparecería. Pero toda esa cantidad de carne.
    Esa tierna carne.
    Mientras caminábamos escuchamos la risa lunática una mujer obesa, atronando y
    rodeándonos, resonando en las cámaras de la computadora que llevaban a un infinito de
    corredores.
    No era la risa de Ellen. Ella no era gorda y no había oído su risa en ciento nueve años.
    De hecho, no había oído... caminábamos... tenía mucha hambre...
    Nos movíamos lentamente. Muy a menudo uno de nosotros sufría un desmayo y los
    demás teníamos que aguardar. Un día decidió provocar un temblor de tierra mientras nos
    obligaba a permanecer en el mismo sitio, haciendo que gruesos clavos sujetaran la suela
    de nuestros zapatos. Ellen y Nimdok fueron atrapados en una grieta, que se abrió rápida
    como un relámpago en las plataformas que formaban el piso. Desaparecieron. Cuando el
    terremoto cesó, continuamos nuestro camino, Benny, Gorrister y yo. Ellen y Nimdok nos
    fueron devueltos más tarde esa noche, que repentinamente se tornó en día cuando una
    legión celeste los trajo hasta nosotros, mientras un coro angelical cantaba "Desciende
    Moisés". Los arcángeles describieron varios vuelos circulares y luego dejaron caer los
    cuerpos maltrechos de nuestros compañeros. Nos mantuvimos a la espera y luego de un
    rato Ellen y Nimdok se hallaron detrás de nosotros. No estaban demasiado mal.
    Pero ahora Ellen caminaba renqueando. AM le había dejado esta incapacidad.
    El viaje a las cavernas, en pos de la comida enlatada, era muy largo. Ellen no hacia
    más que hablar de cerezas y de cócteles hawaianos de fruta. Yo trataba de no pensar en
    esas cosas. El hambre se había corporizado, tal como para nosotros había sucedido con
    AM. Estaba vivo en mi vientre, así como AM estaba viva en el vientre de la tierra. AM
    quería que no se nos escapara la semejanza. Por lo tanto, intensificó nuestra hambre. No
    encuentro forma para describir los sufrimientos que nos provocaba la falta de alimentos
    desde hacía tantos meses. Sin embargo, nos, seguía manteniendo vivos. Nuestros
    estómagos eran calderas de ácido burbujeante y espumoso, que lanzaban punzadas
    atroces. Era el dolor de las úlceras terminales, del cáncer terminal, de la paresia terminal.
    Era un dolor sin limites...
    Y pasamos por la caverna de las ratas.
    Y pasamos por el sendero de las aguas hirvientes.
    Y pasamos por la tierra de los ciegos.
    Y pasamos por la ciénaga de las angustias.
    Y pasamos por el valle de las lágrimas.
    Y finalmente llegamos a las cavernas de hielo.
    Millas y millas de extensión sin horizonte, en donde el hielo se había formado en
    relámpagos azules y plateados, lugar habitado por novas del hielo. Había estalactitas que
    caían desde lo alto, espesas y gloriosas como diamantes, formadas a partir de una masa
    blanda como gelatina que luego se solidificaba en eternas y graciosas formas de pulida y
    aguda perfección.
    Vimos entonces la provisión de alimentos enlatados, y procuramos correr hacia allí.
    Caímos en la nieve, nos levantamos y tratamos de seguir adelante, mientras Benny nos
    empujaba para llegar primero a las latas. Las acarició, las mordió inútilmente, sin poder
    abrirlas. AM nos había proporcionado ninguna herramienta con hacerlo.
    Benny tomó una lata grande de guayaba y comenzó a golpearla contra un trozo de
    hielo. Éste se deshizo en pedazos que se desparramaron, pero la lata apenas si se abolló,
    mientras oíamos la risa de la mujer gorda que sonaba sobre nuestras cabezas y se
    reproducía por el eco hacia abajo, abajo, abajo de la tundra. Benny se volvió loco de
    rabia. Comenzó a tirar las latas hacia uno y otro lado, mientras nosotros escarbábamos
    frenéticamente en la nieve y el hielo, tratando de hallar una forma de poner fin a la
    interminable agonía de la frustración. No había manera de lograrlo.
    Luego, vimos que Benny babeaba una vez más, y se abalanzó sobre Gorrister...
    En ese instante, sentí una terrible calma.
    Rodeado por las blancas extensiones, por el hambre, rodeado por todo menos por la
    muerte, comprendí que ésta era el único modo de escapar. AM nos había mantenido
    vivos, pero existía una forma de vencerla. No sería una victoria completa, pero al menos
    significaría la paz. Estaba dispuesto a conformarme con esto.
    Benny estaba mordiendo y comiendo la carne de la cara de Gorrister. Éste, tumbado
    sobre un costado, manoteaba en la nieve, mientras Benny, con sus poderosas piernas de
    mono rodeaba la cintura de Gorrister, sujetando la cabeza de su víctima con manos
    poderosas como una morsa. Su boca desgarraba la piel tierna de la mejilla de Gorrister.
    Gorrister gritaba tan violentamente que comenzaron a caer las estalactitas de la altura,
    hundiéndose bien erguidas en la nieve que las recibía. Puntas de lanza, cientos de ellas,
    hundiéndose en la nieve. Vi que la cabeza de Benny se movía rápidamente hacia atrás, al
    ceder la resistencia de algo que arrancaba con los dientes. De ellos colgaba un trozo de
    carne blanca tinto en sangre.
    La cara de Ellen lucía negra en la blanca nieve, dominó en polvo de tiza. Nimdok sin
    expresión, solamente con sus ojos muy, muy abiertos. Gorrister estaba casi desmayado.
    Benny era poco más que un animal. Sabia que AM lo iba a dejar jugar. Gorrister no
    moriría, pero Benny podría llenar su estómago. Me volví ligeramente hacia la derecha y
    tomé una gran punta de lanza de hielo.
    Todo sucedió en un instante.
    Llevé con fuerza el arma hacia adelante, moviendo la mano cerca de mi muslo
    derecho. Benny recibió la herida en el lado derecho, debajo de las costillas, y la punta
    llegó hasta su estómago, quebrándose dentro de su cuerpo. Cayó hacia adelante y no se
    movió más. Gorrister, se hallaba tendido de espaldas. Tomé otra punta de hielo y lo herí,
    siempre moviéndome, atravesándole la garganta. Sus ojos se cerraron cuando sintió que
    el frío lo penetraba. Ellen debe haberse dado cuenta de lo que yo quería hacer, incluso a
    pesar del terrible miedo que comenzó a sentir. Corrió hacia Nimdok llevando en la mano
    un trozo corto y agudo de hielo. Cuando él gritó, la fuerza del salto de Ellen al introducirle
    el hielo en la boca y garganta, hicieron el resto. Su cabeza dio un brusco salto, como si la
    hubieran clavado a la costra de nieve del piso.
    Todo sucedió en un instante.
    Pareció entonces que el momento dé silenciosa expectativa que siguió a esta escena
    hubiera durado una eternidad. Casi podía sentir la sorpresa de AM. Se le había privado de
    sus juguetes. Tres de ellos habían muerto, sin posibilidad de volverlos a la vida. Podía
    mantenernos vivos gracias a su fuerza y a su talento, pero no era Dios. No podía lograr
    que volvieran a vivir.
    Ellen me miró. Sus facciones de ébano se destacaban en la nieve que nos rodeaba. En
    su actitud había una mezcla de miedo y súplica, en la forma en que comprendí que estaba
    lista y esperaba. Yo sabía que sólo tenía el tiempo de un latido del corazón antes de que
    AM nos detuviera.
    Al ser golpeada se inclinó hacia mi, sangrando por la boca. No pude leer en su
    expresión, el dolor había sido demasiado intenso, había contorsionado su cara. Pero
    podría haber querido decir: gracias. Por favor, que así sea.
    Han pasado algunos siglos, tal vez. No lo sé. AM se divirtió durante un largo tiempo
    acelerando y retardando mi noción del paso de los años. Diré entonces la palabra ahora.
    Ahora. Me llevó diez meses decir ahora. No sé. Me parece que han pasado varios cientos
    de años.
    Estaba furiosa. No me dejó enterrarlos. No importa. De todas formas no había manera
    de cavar en las plataformas que forman el piso. Secó la nieve. Hizo que fuera de noche.
    Rugió y provocó la aparición de las langostas. De nada sirvió; siguieron muertos. La había
    vencido. Estaba furiosa. Yo había pensado que AM me odiaba antes. No sabía cuán
    equivocado estaba. Aquello no era ni siquiera una sombra del odio que extrajo de cada
    uno de sus circuitos impresos. Se aseguró de que sufriera eternamente y de que no me
    pudiera suicidar.
    Dejó intacta mi mente. Puedo soñar, puedo asombrarme, puedo lamentar. Los
    recuerdo a los cuatro. Desearía...
    Bueno, ya no importa. Sé que los salvé. Sé que los salvé de sufrir lo que sufro ahora,
    pero sin embargo, no puedo olvidar su muerte. La cara de Ellen. No fue nada fácil. A
    veces deseo olvidar. Pero ya nada importa.
    AM me ha alterado para quedarse tranquila, según creo. No quiere arriesgarse a que
    yo pueda correr hacia una de las computadoras y destrozarme el cráneo. O que pudiera
    contener el aliento hasta desmayarme. O degollarme con una lámina de metal
    enmohecido. Puedo verme en alguna superficie pulida, de modo que trataré de describir
    mi aspecto.
    Soy una gran masa gelatinosa. Redondeada, con suaves curvas, sin boca, con
    agujeros pulsátiles llenos de vapor donde antes se hallaban mis ojos. En el lugar en que
    tenía los brazos, veo unos apéndices cortos y de aspecto gomoso. Unos bultos sin forma
    indican la posición aproximada de lo que fueron mis piernas. Cuando me muevo dejo un
    rastro húmedo. Sobre la superficie de mi cuerpo veo deslizarse unos parches de
    enfermizo, perverso color gris, tal como si surgiera una luz desde adentro.
    Desde afuera supongo que mi torpe aspecto, mi pobre trasladar, ha de dar una
    sensación de algo que jamás pudo haber sido humano. De un ser cuya apariencia es una
    tan ridícula caricatura de lo humano que resulta aun más obscena por su muy vago
    parecido.
    Desde adentro, soledad. Aquí. Viviendo bajo la tierra, bajo el mar, dentro de las
    entrañas de AM a quien creamos porque nuestras horas se perdían tristemente,
    pensando tal vez sin darnos cuenta, que él sabría hacerlo mejor. Por lo menos ellos
    cuatro ya están a salvo.
    AM estará cada vez más furioso al recordarlo. Esto me hace en cierto modo feliz. Y sin
    embargo... AM ha vencido, simplemente... se ha vengado...
    No tengo boca. Y debo gritar.


    21 Cuentos de ficción que deberías buscar y leer
    1.       La última pregunta (The Last Question) – Isaac Asimov
    2.       Harrison Bergeron – Kurt Vonnegut
    3.       El ruido del trueno (A Sound of Thunder) – Ray Bradbury
    4.       Los nueve mil millones de nombres de Dios(The Nine Billion Names Of God) – Arthur C. Clarke
    5.       Exilio (Exile) – Edmond Hamilton
    6.       El continuo de Gernsback (The Gernsback Continuum) – William Gibson
    7.       La pradera (The Veldt) – Ray Bradbury
    8.       No tengo boca y debo gritar (I Have No Mouth, and I Must Scream) – Harlan Ellison
    9.       La fe de nuestros padres (Faith of Our Fathers) – Philip K. Dick
    10.   En busca de San Aquino (The Quest for Saint Aquin) – Anthony Boucher
    11.   La estrella (The Star) – Arthur C. Clarke
    12.   Las verdes colinas de la tierra (The Green Hills Of Earth) – Robert A. Heinlein
    13.   Los reyes de la arena (Sandkings) – George R.R. Martin
    14.   Robbie – Isaac Asimov
    15.   Los que abandonan Omelas (The Ones Who Walk Away from Omelas) – Úrsula K. Le Guin
    16.   Luna inconstante (Inconstant Moon) – Larry Niven
    17.   Por sus propios medios (By His Bootstraps) – Robert A. Heinlein
    18.   Jeffty tiene cinco años (Jeffty is Five) – Harlan Ellison
    19.   El centinela (The Sentinel) – Arthur C. Clarke
    20.   Vendrán lluvias suaves (There Will Come Soft Rains) – Ray Bradbury


    21.   Los hombres que asesinaron a Mahoma (The Men Who Murdered Mohammed) – Alfred Bester




















    Historia de un muerto contada por él mismo

    Alexandre Dumas, padre


    Una noche de diciembre estábamos reunidos tres amigos en el taller de un pintor. Hacía un tiempo sombrío y frío, y la lluvia golpeaba los cristales con un ruido continuo y monótono.
    El taller era inmenso y estaba débilmente iluminado por la luz de una chimenea en torno a la que conversábamos.
    Aunque todos fuéramos jóvenes y joviales, la conversación había tomado, a pesar nuestro, un aire de aquella noche triste, y las palabras alegres se habían agotado rápidamente.
    Uno de nosotros reanimaba constantemente la hermosa llama azul de un ponche que arrojaba sobre todos los objetos circundantes una claridad fantástica. Los inmensos bosquejos, los cristos, las bacantes, las madonas, parecían moverse y danzar sobre las paredes, como grandes cadáveres fundidos en el mismo tono verdoso. Aquel vasto salón, resplandeciente de día por las creaciones del pintor, lleno de sus sueños, había tomado aquella noche en la penumbra, un carácter extraño.
    Cada vez que la pequeña cuchara de plata volvía a caer en el tazón lleno de licor encendido, los objetos se reflejaban sobre los muros con formas desconocidas y con tintes inauditos; desde los viejos profetas de barbas blancas hasta esas caricaturas que cubren las paredes de los talleres, y que parecen un ejército de demonios como los que aparecen en sueños o como los que dibujaba Goya. Además, la calma brumosa y fría del exterior aumentaba lo fantástico del interior; cada vez que mirábamos aquella claridad por un instante, nos veíamos a nosotros mismos con rostros de un gris verdoso, con los ojos fijos y brillantes como rubíes, los labios pálidos y las mejillas hundidas. Quizá lo más impresionante era una máscara de yeso, moldeada sobre el rostro de uno de nuestros amigos, muerto hacía algún tiempo, máscara que, colgada cerca de la ventana, recibía en su perfil el reflejo del ponche, lo que le daba una fisonomía extrañamente burlona.
    Todo el mundo ha sufrido como nosotros la influencia de salones vastos y tenebrosos, como los describe Hoffmann o como los pinta Rembrandt; todo el mundo ha experimentado, al menos una vez, esos miedos sin causa, esas fiebres espontáneas a la vista de objetos a los que el rayo pálido de la luna o la luz dudosa de una lámpara otorgan una forma misteriosa; todo el mundo se ha encontrado en una habitación grande y sombría, junto a un amigo, escuchando algún cuento inverosímil y experimentado ese terror secreto que puede cesar de golpe encendiendo una lámpara o hablando de otra cosa; lo que evitamos hacer, porque es muy grande la necesidad de emociones, verdaderas o falsas, que tiene nuestro pobre corazón.
    En fin, aquella noche, éramos tres. La conversación, que nunca toma la línea recta para llegar a su meta, había seguido todas las fases de nuestras ideas veinteañeras: unas veces ligera como el humo de nuestros cigarrillos, otras vivaz como la llama del ponche, en las demás, sombría como la sonrisa de aquella máscara de yeso.
    Habíamos llegado a un punto en el que no hablábamos siquiera; los cigarros, que seguían el movimiento de las cabezas y de las manos, brillaban como tres aureolas girando en la sombra.
    Era evidente que el primero que abriera la boca y que turbara el silencio, aunque fuera para una broma, causaría inquietud a los otros dos; hasta tal punto estábamos sumidos, cada uno por nuestro lado, en una ensoñación miedosa.
    -Henri -dijo el que vigilaba el ponche, dirigiéndose al pintor-, ¿has leído a Hoffman?
    -¡Por supuesto! -respondió Henri.
    -Y, ¿qué piensas de él?
    -Pienso que es admirable, y tanto más, porque creía evidentemente en lo que escribía. Por lo que a mí respecta, sólo sé que cuando lo leía por la noche, me iba a la cama, frecuentemente, sin cerrar mi libro y sin atreverme a mirar detrás de mí.
    -¿O sea, que te gusta lo fantástico?
    -Mucho.
    -¿Y a ti? -preguntó dirigiéndose a mí.
    -También.
    -Pues bien, voy a contarles una historia fantástica que me ocurrió.
    -Esto no podía acabar de otro modo; cuenta.
    -¿Es una historia que te ocurrió a ti mismo? -pregunté.
    -A mí mismo.
    -Pues cuenta, hoy estoy dispuesto a creer todo.
    -Tanto más, cuanto que, palabra de honor, puedo afirmar que soy el héroe.
    -Bueno, adelante, te escuchamos.
    Dejó caer la pequeña cuchara en el tazón. La llama se apagó poco a poco, y permanecimos en una oscuridad casi completa, con sólo las piernas iluminadas por el fuego de la chimenea.
    Él comenzó:
    -Una noche, hará aproximadamente un año, hacía el mismo tiempo que hoy, el mismo frío, la misma lluvia, la misma tristeza. Yo tenía muchos enfermos, y después de haber hecho mi última visita, en lugar de ir un instante a Les Italienscomo tenía por costumbre, hice que me llevaran a mi casa. Vivía en una de las calles más desiertas del barrio Saint-Germain. Estaba muy cansado y me acosté pronto. Apagué la lámpara y, durante algún tiempo, me entretuve mirando el fuego, que ardía y hacía danzar grandes sombras sobre la cortina de mi cama; finalmente, mis ojos se cerraron y me dormí.
    Hacía aproximadamente una hora que dormía cuando sentí una mano que me sacudía vigorosamente. Me desperté sobresaltado, como quien espera dormir mucho tiempo, y observé con asombro al visitante nocturno. Era mi criado.
    -Señor -me dijo-, levántese inmediatamente, le buscan para que visite a una joven que se muere.
    -¿Y dónde vive esa joven? -le pregunté.
    -Casi enfrente; además, ahí está la persona que ha venido por usted para acompañarle.
    Me levanté y me vestí apresuradamente, pensando que la hora y la circunstancia harían perdonar mi vestimenta; cogí mi lanceta y seguí al hombre que me habían enviado.
    Llovía a cántaros.
    Afortunadamente, no tuve más que atravesar la calle y al instante estuve en casa de la persona que reclamaba mis cuidados. Vivía en un palacete vasto y aristocrático. Crucé un gran patio, subí los peldaños de una escalinata y pasé por un vestíbulo donde se hallaban unos criados aguardándome. Me hicieron subir un piso y pronto me encontré en la habitación de la enferma. Era una gran habitación con viejos muebles de madera negra esculpida. Una mujer me introdujo en aquella habitación a la que nadie nos siguió. Fui dirigido hacia una gran cama de columnas, tapizada con una antigua y rica tela de seda, y vi, sobre la almohada, la más encantadora cabeza de madona que jamás haya soñado Rafael. Tenía unos cabellos dorados como una ola del Pactolo, enmarcando un rostro de un perfil angelical, los ojos semicerrados y la boca entreabierta dejaba ver una doble hilera de perlas. Su cuello resplandecía de blancura, puro de líneas; su camisa entreabierta insinuaba un pecho hermoso capaz de tentar a San Antonio y, cuando cogí su mano, recordé esos brazos blancos que Homero da a Juno. En fin, aquella mujer era una mezcla del ángel cristiano y de la diosa pagana; todo en ella revelaba la pureza del alma y la fogosidad de los sentidos. Hubiera podido pasar al mismo tiempo por la santa Virgen o por una bacante lasciva, enloquecer a un sabio y dar la fe a un ateo. Cuando me acerqué a ella, sentí a través del calor de la fiebre ese perfume misterioso hecho de todos los perfumes que emana la mujer.
    Permanecí sin recordar la causa que me había llevado allí, mirándola como una revelación y sin encontrar nada semejante ni en mis recuerdos ni en mis sueños. Cuando ella volvió la cabeza hacia mí, abrió sus grandes ojos azules y me dijo:
    Sufromucho.
    Sin embargo, no tenía casi nada. Una sangría y estaba salvada. Cogí mi lanceta y en el momento de tocar aquel brazo tan blanco, mi mano tembló. Pero el médico se impuso al hombre. Cuando abrí la vena, corrió una sangre pura como de coral en fusión, y ella se desvaneció.
    Ya no quise dejarla. Me quedé a su lado. Experimentaba una secreta felicidad por tener la vida de aquella mujer entre mis manos. Detuve la sangre, ella volvió a abrir poco a poco los ojos, se llevó la mano que tenía libre a su pecho, se giró hacia mí, y mirándome, con una de esas miradas que condenan o salvan, me dijo:
    -Gracias, sufro menos.
    Había tanta voluptuosidad, tanto amor y tanta pasión alrededor de ella que yo estaba clavado en mi sitio, contando cada latido de mi corazón por los latidos del suyo, escuchando su respiración todavía un poco febril, y diciéndome que si había alguna cosa del cielo en esta tierra, debía ser el amor de aquella mujer.
    Se durmió.
    Yo estaba arrodillado sobre los peldaños de su cama, como un sacerdote en el altar. Una lámpara de alabastro colgada del techo lanzaba una claridad encantadora sobre todos los objetos. Estaba solo a su lado. La mujer que me había introducido había salido para anunciar que su ama estaba bien y que no se necesitaba a nadie. Era verdad, su ama estaba allí, tranquila y hermosa como un ángel dormido en su plegaria. En cuanto a mí, yo estaba loco…
    Pero no podía quedarme en aquella habitación toda la noche. Por tanto, salí también sin hacer ruido para no despertarla. Receté algunos cuidados al irme, y dije que volvería al día siguiente.
    Cuando regresé a mi casa, estuve desvelado por su recuerdo. Comprendí que el amor de aquella mujer debía ser un encantamiento eterno hecho de ensoñación y de pasión; que debía ser púdica como una santa y apasionada como una cortesana; concebí que debía ocultar al mundo todos los tesoros de su belleza, y que a su amante debía entregarse desnuda por entero. En fin, su imagen quemó mi noche, y cuando llegó la claridad yo estaba locamente enamorado.
    Más tarde, tras los pensamientos locos de una noche agitada, llegaron las reflexiones. Me dije que un abismo infranqueable me separaba de aquella mujer; que era demasiado bella para no tener un amante; que debía ser demasiado amado para que ella le olvidase, y me puse a odiar sin conocer a aquel hombre, a quien Dios daba tanta felicidad en este mundo, para que pudiera sufrir, sin protestar, una eternidad de dolores.
    Esperaba impaciente la hora a la que podía presentarme en su casa, y el tiempo que pasé esperándola me pareció un siglo.
    Finalmente, llegó la hora y salí.
    Cuando llegué, me hicieron entrar en una reducida habitación exquisita, de un rococó furioso, de un pompadoursorprendente; estaba sola y leía. Un gran vestido de terciopelo negro la ceñía por todas partes, no dejando ver, como en las vírgenes del Perugino, más que las manos y la cabeza. Tenía el brazo que yo había sangrado coquetamente en cabestrillo y extendía ante el fuego sus pequeños pies, que no parecían hechos para caminar sobre esta tierra. Esa mujer era tan completamente bella que Dios parecía haberla dado al mundo como un esbozo de los ángeles.
    Me tendió la mano y me hizo sentar a su lado.
    -¿Tan pronto levantada, señora? -le dije-, usted es imprudente.
    -No, soy fuerte -me contestó sonriendo-, he dormido muy bien y, además, no estaba enferma.
    -Sin embargo, decía que sufría.
    -Más del pensamiento que del cuerpo -dijo con un suspiro.
    -¿Tiene alguna pena, señora?
    -Oh, una profunda. Afortunadamente, Dios también es médico y ha encontrado la panacea universal, el olvido.
    -Pero hay dolores que matan -le dije.
    -Y bien, la muerte o el olvido, ¿no es lo mismo? La una es la tumba del cuerpo, la otra la tumba del corazón, eso es todo.
    -Pero usted, señora -dije-, ¿cómo puede tener una pena? Está demasiado alta para que la alcance, y los dolores deben sentirse bajo sus pies como las nubes bajo los pies de Dios; las tormentas para nosotros, para usted la serenidad.
    -Eso es lo que le engaña -continuó ella-, y lo que prueba que toda su ciencia se detiene ahí, en el corazón.
    -Y bien -le dije-, trate de olvidar, señora. Dios permite a veces que una alegría suceda a un dolor, que la sonrisa suceda a las lágrimas, ¿cierto?; y cuando el corazón de aquel que prueba está demasiado vacío para llenarse solo, cuando la herida es demasiado profunda para cerrar sin ayuda, envía al camino de aquella a la que quiere consolar otra alma que la comprende porque sabe que se sufre menos sufriendo a dúo; y llega un momento en que el corazón vacío se llena de nuevo o la herida cicatriza.
    -¿Y cuál es el dictamen, doctor -me dijo ella-, con qué cura semejante herida?
    Se hizo un silencio bastante largo durante el cual admiré aquel rostro divino, sobre el que la media luz filtrada a través de las cortinas de seda arrojaba tintes encantadores, y admiré también aquellos hermosos cabellos de oro, no sueltos como en la víspera, sino alisados sobre las sienes y cogidos en la nuca.
    Desde el principio, la conversación había adoptado un aire triste; por eso aquella mujer me pareció más radiante aún que la primera vez, con su triple corona de belleza, pasión y dolor. Dios la había probado con el dolor y era preciso que aquel a quien ella diera su alma aceptara la misión, doblemente santa, de hacerle olvidar el pasado y esperar el futuro.
    Por eso permanecí ante ella, no ya loco como lo estaba la víspera ante su fiebre, sino recogido ante su resignación. Si me hubiera sido dada en aquel momento, habría caído a sus pies, le habría cogido las manos y hubiera llorado con ella como con una hermana, respetando al ángel y consolando a la mujer.
    Pero ¿cuál era aquel dolor que había que hacer olvidar, que había causado aquella herida sangrante todavía? Era lo que yo ignoraba, lo que debía adivinar, porque ya existía entre la enferma y el médico suficiente intimidad para que me confesase una pena, pero no la suficiente para que me contara la causa. Nada a su alrededor podía ponerme sobre la pista. En la víspera, nadie había ido a su cabecera para inquietarse por ella; al día siguiente, nadie se presentaba para verla. Aquel dolor debía estar, pues, en el pasado y reflejarse sólo en el presente.
    -Doctor -me dijo de pronto saliendo de su ensoñación-, ¿podré bailar pronto?
    -Sí, señora -le dije yo, asombrado por aquella transformación.
    -Es que tengo que dar un baile hace mucho tiempo programado -continuó ella-; ¿vendrá, verdad? Debe tener una opinión malísima de mi dolor que, haciéndome soñar de día, no me impide bailar de noche. Es que verá, es uno de esos pesares que hay que empujar al fondo del corazón para que el mundo no sepa nada; una de esas torturas que debemos enmascarar con una sonrisa para que nadie las adivine. Quiero guardar para mí sola lo que sufro, como otro guardaría su alegría. Este mundo, que tiene envidia y celos al verme bella, me cree feliz, y es una convicción que no quiero quitarle. Por eso bailo, con riesgo de llorar al día siguiente, pero de llorar sola.
    Me tendió la mano con una mirada indefinible de candor y de tristeza, y me dijo:
    -¿Hasta pronto, verdad?
    Yo llevé su mano a mis labios y salí.
    Llegué a mi casa atontado.
    Desde mi ventana veía las suyas; y me quedé todo el día mirándolas, oscuras y silenciosas. Me olvidaba de todo por aquella mujer; no dormía, no comía; por la noche tenía fiebre, al día después por la mañana, delirio, y a la noche siguiente estaba muerto.»
    -¡Muerto! -exclamamos nosotros.
    -Muerto -contestó nuestro amigo con un acento de convicción imposible de transcribir-, muerto como Fabien cuya máscara está ahí.
    -Continúa -le dije.
    La lluvia golpeaba contra los cristales. Volvimos a echar leña en la chimenea, cuya llama roja y viva disminuía un poco la oscuridad que invadía el taller.
    Él continuó:
    -A partir de ese momento, sólo experimenté una conmoción fría. Fue, sin duda, el momento en que me arrojaron a la fosa.
    Ignoro desde hacía cuánto tiempo estaba sepultado, cuando oí confusamente una voz que me llamaba por mi nombre. Me estremecí de frío sin poder responder. Algunos instantes después, la voz volvió a llamarme; hice un esfuerzo para hablar, pero, al moverse, mis labios sintieron el sudario que me cubría de la cabeza a los pies. A pesar de ello conseguí articular débilmente estas palabras:
    -¿Quién me llama?
    -Yo -respondió.
    -¿Quién eres tú?
    -Yo.
    Y la voz iba debilitándose como si se hubiera perdido en el viento o como si no hubiera sido más que un ruido pasajero de las hojas.
    Por tercera vez, todavía mi nombre llegó a mis oídos, pero esta vez el nombre pareció correr de rama en rama, de tal modo que el cementerio entero lo repitió sordamente, y oí un ruido de alas, como si mi nombre, pronunciado de pronto en el silencio, hubiera hecho volar una bandada de pájaros nocturnos.
    Mis manos se elevaron hasta mi rostro como movidas por resortes misteriosos. Aparté silenciosamente el sudario que me cubría y traté de ver. Me pareció que despertaba de un largo sueño. Sentía frío.
    Siempre recordaré el espanto sombrío del que estaba rodeado. Los árboles no tenían hojas y sus ramas descarnadas se retorcían dolorosamente como grandes esqueletos. Un débil rayo de luna, que penetraba a través de las nubes negras, iluminaba un horizonte de tumbas blancas que parecían una escalera hacia el cielo. Todas aquellas voces indefinidas de la noche que presidían mi despertar parecían cargadas de misterio y terror.
    Volví la cabeza y busqué a quien me había llamado. Estaba sentado junto a mi tumba, espiando todos mis movimientos, la cabeza apoyada en las manos y una sonrisa extraña bajo su mirada horrible.
    Tuve miedo.
    -¿Quién es? -le dije reuniendo todas mis fuerzas-, ¿por qué me ha despertado?
    -Para prestarte un servicio -me respondió.
    -¿Dónde estoy?
    -En el cementerio.
    -¿Quién es?
    -Un amigo.
    -Déjeme en mi sueño.
    -Escucha -me dijo-, ¿te acuerdas de la tierra?
    -No.
    -¿No echas de menos nada?
    -No.
    -¿Cuánto hace que duermes?
    -Lo ignoro.
    -Yo te lo diré. Estás muerto desde hace dos días, y tu última palabra ha sido el nombre de una mujer en lugar de ser el del Señor. Hasta el punto de que tu cuerpo sería de Satán, si Satán quisiera cogerlo. ¿Comprendes?
    -Sí.
    -¿Quieres vivir?
    -¿Usted es Satán?
    -Satán o no, ¿quieres vivir?
    -¿Nada más que vivir?
    -No, volverás a verla.
    -¿Cuándo?
    -Esta noche.
    -¿Dónde?
    -En su casa.
    -Acepto -dije yo tratando de levantarme-. ¿Cuáles son tus condiciones?
    -No te las pongo -me respondió Satán-; ¿crees acaso que de cuando en cuando no soy capaz de hacer el bien? Esta noche ella da un baile y te llevo a él.
    -Vayamos, pues.
    -Vayamos.
    Satán me tendió la mano y me encontré de pie.
    Describir lo que experimenté sería cosa imposible. Sentía que un frío terrible helaba mis miembros; es todo cuanto puedo decir.
    -Ahora -continuó Satán-, sígueme. Comprende que no te haga salir por la puerta principal, el portero no te dejaría pasar, querido; una vez aquí, no se sale. Sígueme, pues. Vamos primero a tu casa, donde te vestirás; porque no puedes ir al baile con el traje que llevas, tanto más, cuanto que no es un baile de disfraces; pero envuélvete bien en tu sudario, porque la noche es fría y podrías enfermar.
    Satán se echó a reír como ríe Satán, y yo seguí caminando tras él.
    -Estoy seguro -continuó- de que pese al servicio que te hago, no me amas todavía. Así están hechos los hombres, ingratos con sus amigos. No es que censure la ingratitud; es un vicio que yo inventé y es uno de los más difundidos, pero me gustaría verte menos triste. Es la única gratitud que te pido.
    Yo le seguía, blanco y frío como una estatua de mármol que un resorte oculto hace moverse; sólo que en los momentos de silencio habría podido oírse a mis dientes chocar bajo un estremecimiento glacial y a los huesos de mis miembros crujir a cada paso.
    -¿Llegaremos pronto? -dije con esfuerzo.
    -¡Impaciente! -dijo Satán-. ¿Es muy hermosa?
    -Como un ángel.
    -Ay, querido -continuó riendo-, hay que confesar que adoleces de delicadeza en tus palabras; acabas de hablarme de ángel, a mí, que lo he sido; tanto más, cuanto que ningún ángel haría por ti lo que yo hago hoy. Pero te perdono; hay que perdonarle algo a un hombre muerto hace dos días. Además, como te decía, esta noche estoy muy alegre; hoy han ocurrido en el mundo cosas que me encantan. Creía que a los hombres degenerados algo los había vuelto virtuosos desde hace algún tiempo, pero no, son siempre los mismos, tal como los creé. Y bien, querido, rara vez he visto jornadas como ésta. He cosechado, desde ayer, seiscientos veintidós suicidas sólo en Europa, y entre ellos hay más jóvenes que viejos, lo cual es una pérdida porque mueren sin hijos; dos mil doscientos cuarenta y tres asesinatos, sólo en Europa; en las demás partes del mundo, ni llevo la cuenta. Con ellas me pasa lo que a los mayores capitalistas, no puedo enumerar mi fortuna. Dos millones seiscientos veintitrés mil novecientos setenta y cinco nuevos adulterios; eso es menos sorprendente debido a los bailes; doscientos jueces que se han vendido, ordinariamente, tenía más. Pero lo que mayor placer me ha dado son veintisiete muchachas, la mayor de las cuales no tenía dieciocho años, que han muerto blasfemando de Dios. Cuenta, querido, todo eso es un ingreso aproximado de dos millones seiscientas veintiocho mil almas sólo en Europa. No cuento los incestos, las falsificaciones de moneda, las violaciones: pura calderilla. Por eso, haciendo una media de tres millones de almas que se pierden al día, calcula en cuánto tiempo el mundo entero será mío. Me veré obligado a comprarle a Dios el paraíso para agrandar el infierno.
    -Comprendo tu alegría -murmuré yo acelerando el paso.
    -Me dices eso -continuó Satán- con aire sombrío y de duda; ¿tienes miedo de mí porque me ves cara a cara? ¿Soy tan repulsivo? Razonemos un poco, por favor. ¿Qué sería del mundo sin mí? ¿Un mundo que tuviera sentimientos procedentes del cielo y no pasiones procedentes de mí? El mundo moriría de rencor, querido. ¿Quién ha inventado el oro? Yo. ¿El juego? Yo. ¿El amor? Yo. ¿Los negocios? También yo. Y no comprendo a los hombres que parecen odiarme tanto. Sus poetas, por ejemplo, que hablan de amor puro, no comprenden que al mostrar el amor que salva, inspiran la pasión que pierde, porque gracias a mí, lo que siempre buscan no es una mujer como la Virgen, sino una pecadora como Eva. Y tú mismo, en este momento, tú que todavía tienes el frío de un cadáver y la palidez de un muerto, no es un amor puro lo que vas a buscar junto a aquella a la que te llevo, sino una noche de voluptuosidad. Ves, pues, que el mal sobrevive a la muerte, y que si el hombre tuviera que escoger, preferiría la eternidad de la pasión a la dicha, y la prueba es que, por algunos años de pasión sobre la tierra, pierde la eternidad de la dicha en el cielo.
    -¿Llegaremos pronto? -dije yo porque el horizonte iba renovándose siempre y caminábamos sin avanzar.
    -Siempre impaciente -replicó Satán-, aun cuando trato de abreviar la ruta cuánto puedo. Comprende que no puedo pasar por la puerta, hay una gran cruz y ésta es mi aduana. Cuando viajo y me tropiezo con ella, me detendría, me vería obligado a santiguarme; y puedo cometer un crimen, pero no un sacrilegio, y además, como ya te he dicho, no te dejarían pasar. ¿Crees que te mueres, que te entierran, y que un buen día te puedes marchar sin decir nada? Te equivocas, querido; sin mí habrías tenido que esperar a la resurrección eterna, cosa que habría sido larga. Sígueme y estate tranquilo, llegaremos. Te he prometido un baile y lo tendrás; yo cumplo mis promesas y mi firma es conocida.
    Había en esa ironía de mi siniestro compañero un fatalismo que me helaba; todo cuanto acabo de decirles, creo oírlo todavía.
    Caminamos algún tiempo más, luego llegamos a un muro ante el que estaban amontonadas tumbas formando escalera. Satán puso el pie en la primera y, contra su costumbre, caminó sobre las piedras sagradas hasta que estuvo en la cima de la muralla.
    Yo vacilé en seguir el mismo camino, tenía miedo.
    Me tendió la mano diciéndome:
    -No hay peligro; puedes poner el pie encima, son conocidos.
    Cuando estuve a su lado me dijo:
    -¿Quieres que te haga ver lo que sucede en París?
    -No, sigamos.
    Saltamos del muro a tierra.
    La luna, bajo la mirada de Satán, se había velado como una joven bajo una mirada descarada. La noche estaba fría, todas las puertas se hallaban cerradas, todas las ventanas oscuras, todas las calles silenciosas; se hubiera dicho que nadie había pisado hacía mucho tiempo el suelo sobre el que caminábamos; todo a nuestro alrededor tenía un aspecto fantasmal. Se podía creer que, cuando el día llegase, nadie abriría las puertas, ninguna cabeza se asomaría a las ventanas y nadie turbaría el silencio. Creía caminar por una ciudad muerta hacía siglos y reencontrada en unas excavaciones; en fin, la ciudad parecía estar despoblada en provecho del cementerio.
    Caminábamos sin oír un ruido, sin encontrar una sombra; la caminata fue larga a través de aquella ciudad espantosa de silencio y de reposo; finalmente, llegamos a nuestra casa.
    -¿La reconoces? -me dijo Satán.
    -Sí -respondí sordamente-, entremos.
    -Espera, tengo que abrir. También fui yo el que inventó el robo; tengo una segunda llave de todas las puertas, excepto la del paraíso, por supuesto.
    Entramos.
    La calma exterior continuaba en el interior; era horrible.
    Yo creía soñar, no respiraba ya. Imagínense volviendo a entrar en su habitación donde habían muerto hace dos días, encontrando todas las cosas tal como estaban durante su enfermedad, con el sello de ese aire sombrío que da la muerte; volviendo a ver los objetos ordenados, como si ya no tuvieran que ser tocados por ustedes. La única cosa animada que había visto desde mi salida del cementerio fue mi gran péndulo, a cuyo lado había un ser humano muerto, y continuaba contando las horas de mi eternidad como había contado las de mi vida.
    Fui a la chimenea, encendí una vela para cerciorarme de la verdad, porque todo cuanto me rodeaba se me aparecía a través de una claridad pálida y fantástica que me daba, por así decir, una visión interior. Todo era real; aquella era mi habitación. Vi el retrato de mi madre, sonriéndome como siempre; abrí los libros que leía algunos días antes de mi muerte; solamente la cama no tenía ropa, y había sellos en todas partes.
    En cuanto a Satán, se había sentado al fondo y leía atentamente la Vida de los Santos.
    En aquel momento pasé ante un gran espejo y me vi en mi extraño atuendo, cubierto de un pálido sudario con los ojos apagados. Dudé de aquella vida que me devolvía un poder desconocido y me llevé la mano al corazón.
    Mi corazón no latía.
    Me llevé la mano a la frente y estaba fría como el pecho, el pulso mudo como el corazón; reconocía todo lo que había abandonado; así pues, sólo el pensamiento y los ojos vivían en mí.
    Lo horrible además era que no podía apartar mi mirada de aquel espejo que me devolvía mi imagen sombría, helada y muerta. Cada movimiento de mis labios se reflejaba como la horrible sonrisa de un cadáver. No podía moverme del sitio; no podía gritar.
    El reloj dejó oír ese zumbido sordo y lúgubre que precede al campaneo de los viejos péndulos, y dio las dos; luego todo recuperó la calma.
    Algunos instantes después, una iglesia vecina sonó a su turno, luego otra, luego una más.
    En un rincón del espejo veía a Satán que se había dormido sobre la Vida de los Santos.
    Conseguí volverme. Había un espejo frente a aquel en el que miraba, de modo que me veía repetido millares de veces con esa claridad pálida que da una sola vela en una sala grande.
    El miedo había llegado a su colmo; lancé un grito.
    Satán se despertó.
    -He aquí, sin embargo -me dijo mostrándome el libro-, con qué se quiere dar virtud a los hombres. Es tan aburrido que me he dormido, yo que velo desde hace seis mil años. ¿Todavía no estás preparado?
    -Sí -repliqué maquinalmente-, ya estoy.
    -Date prisa -contestó Satán-, rompe los sellos, coge tus ropas y oro sobre todo, mucho oro; deja tus cajones abiertos, y mañana la justicia encontrará el modo de condenar a algún pobre diablo por rotura de sellos; será mi pequeña ganancia.
    Me vestí. De vez en cuando me tocaba la frente y el pecho; los dos estaban fríos.
    Cuando estuve preparado, miré a Satán.
    -¿Vamos a verla? -le dije.
    -Dentro de cinco minutos.
    -¿Y mañana?
    -Mañana -me dijo- recuperarás tu vida ordinaria; yo no hago las cosas a medias.
    -¿Sin condiciones?
    -Sin condiciones.
    -Salgamos -le dije.
    -Sígueme.
    Bajamos.
    Al cabo de unos instantes estábamos en la casa a la que me habían llamado cuatro días antes.
    Subimos.
    Reconocí la escalinata, el vestíbulo, la antecámara. Los accesos al salón estaban llenos de gente. Era una fiesta deslumbrante de luces, flores, pedrerías y mujeres.
    Estaban bailando.
    A la vista de aquella alegría, creí en mi resurrección.
    Me incliné al oído de Satán, que no me había abandonado.
    -¿Dónde está ella? -le dije.
    -En su coqueta.
    Esperé a que la contradanza hubiera terminado. Crucé el salón; los espejos con luces de velas reflejaron mi imagen pálida y sombría. Volví a ver aquella sonrisa que me había helado; pero allí ya no había soledad, estaba la gente; no era el cementerio, era un baile; no era la tumba, era el amor. Me dejé embriagar y olvidé por un instante de dónde venía sin pensar en otra cosa que en aquello por lo que había ido.
    Llegado a la puerta de la habitación, la vi; se veía más bella y encantadora que nunca. Me detuve un instante como en éxtasis; iba ceñida por un vestido de blancura resplandeciente, con los hombros y los brazos desnudos. Volví a ver, más con la imaginación que en realidad, un pequeño punto rojo en el lugar que yo había sangrado. Cuando apareció, estaba rodeada de jóvenes a los que apenas escuchaba; alzó indolentemente sus hermosos ojos llenos de voluptuosidad, me vio, pareció dudar al reconocerme, luego, poniendo una sonrisa encantadora, dejó a todo el mundo y se acercó a mí.
    -Ya ve que soy fuerte -me dijo.
    La orquesta se dejó oír.
    -Y para probárselo -continuó cogiéndome del brazo- vamos a bailar el vals juntos.
    Dijo algunas palabras a alguien que pasaba a su lado. Yo vi a Satán junto a mí.
    -Has cumplido tu promesa -le dije-, gracias; pero necesito esta mujer esta misma noche.
    -La tendrás -me dijo Satán-, pero límpiate el rostro, tienes un gusano en la mejilla.
    Y desapareció dejándome todavía más helado que antes. Como para volver a la vida apreté el brazo de aquella a la que iba a buscar desde el fondo de la tumba y la arrastré al salón.
    Era uno de esos valses embriagadores en los que todo cuanto nos rodea desaparece, en los que no se vive más que uno para otro, en los que las manos se encadenan, en los que los cuerpos se confunden y los pechos se tocan. Yo bailaba con los ojos clavados en sus ojos, y su mirada, que me sonreía eternamente, parecía decirme: “¡Si supieras los tesoros de amor y de pasión que daré a mi amante! ¡Si supieras cuánta voluptuosidad hay en mis caricias, cuánto fuego tienen mis besos! A quien ame, daré ¡todas las bellezas de mi cuerpo, todos los pensamientos de mi alma, porque soy joven, porque soy amante, porque soy bella!”.
    Y el vals nos arrastraba en un torbellino lascivo y veloz.
    Esto duró mucho tiempo. Cuando la música cesó, éramos los únicos que seguíamos bailando.
    Ella cayó en mis brazos, con el pecho oprimido, flexible como una serpiente, y alzó sobre mí sus grandes ojos que parecieron decirme: “¡Te amo!”.
    La llevé a la habitación, donde estábamos solos. Los salones iban quedando desiertos.
    Ella se dejó caer sobre un asiento alargado y mullido, cerrando a medias los ojos bajo la fatiga, como bajo un abrazo de amor.
    Me incliné sobre ella, y le dije en voz baja:
    -¡Si supiera cuánto la amo!
    -Lo sé -me dijo ella-, y también yo lo amo.
    Era para volverse loco.
    -Daría mi vida -dije- por una hora de amor con usted, y mi alma por una noche.
    -Escuche -dijo ella abriendo una puerta oculta en la tapicería-, dentro de un instante estaremos solos. Espéreme.
    Ella me empujó suavemente, y me encontré solo en su dormitorio, todavía alumbrado por la lámpara de alabastro.
    Todo tenía allí un perfume de misteriosa voluptuosidad imposible de describir. Me senté cerca del fuego porque tenía frío; me miré en el espejo, seguía estando muy pálido. Oí los coches que partían uno a uno; luego, cuando el último hubo desaparecido, se hizo un silencio solemne. Poco a poco mis terrores regresaron; no me atrevía a volverme, tenía frío. Me sorprendía que ella no viniese; contaba los minutos y no oía ningún ruido. Tenía los codos sobre las rodillas y la cabeza entre mis manos.
    Entonces me puse a pensar en mi madre, en mi madre que lloraba en aquel momento a su hijo muerto, en mi madre para quien yo era toda la vida, y para la que no había tenido más que mis pensamientos secundarios. Todos los días de mi infancia volvieron a pasar ante mis ojos como un sueño. Vi que siempre que había tenido una herida que curar, un dolor que apagar, fue siempre a mi madre a quien recurrí. Quizá en el momento en que yo me preparaba para una noche de amor, ella se preparaba para una noche de insomnio, sola, silenciosa, junto a objetos que le recordaban a mí, o velando con mi solo recuerdo. ¡Qué horrible pensamiento! Tenía remordimientos; las lágrimas vinieron a mis ojos. Me levanté. En el momento en que me miraba en el espejo, vi una sombra pálida y blanca detrás de mí, mirándome fijamente.
    Me volví; era mi hermosa amada.
    Afortunadamente, mi corazón no latía, porque de emoción habría terminado por romperse.
    Todo estaba silencioso, tanto fuera como dentro.
    Me atrajo a su lado y pronto olvidé todo. Fue una noche imposible de contar, con placeres desconocidos, con voluptuosidades tales que se acercan al sufrimiento. En mis sueños de amor no encontré nada parecido a aquella mujer que tenía en mis brazos, ardiente como una Mesalina, casta como una madona, flexible como una tigresa, con besos que quemaban los labios, con palabras que quemaban el corazón. Había en ella algo tan potentemente atractivo, que hubo momentos en que tuve miedo.
    Por fin, la lámpara comenzó a palidecer cuando el día empezaba.
    -Escucha -me dijo aquella mujer-, hay que marcharse; ya llega el día, no puedes quedarte aquí; pero por la tarde, a primera hora de la noche te espero, ¿sí?
    Por última vez, sentí sus labios sobre los míos. Ella apretó de modo convulso mis manos, y me marché.
    Fuera seguía la misma quietud.
    Caminaba como un loco, creyendo apenas en mi vida, sin pensar en ir a casa de mi madre o volver a la mía, ¡tanto embriagaba mi corazón aquella mujer!
    Sólo sé de una cosa que se desea más que una primera noche pasada junto a una amante; una segunda.
    La luz se había levantado, triste, pálida, fría. Caminé al azar por el campo desierto y desolado, para esperar la noche.
    La noche llegó temprano.
    Corrí a la casa del baile.
    En el momento en que franqueaba el umbral de la puerta, vi a un viejo pálido y achacoso que bajaba la escalinata.
    -¿Dónde va el señor? -me detuvo el portero.
    -A casa de la señora de P… -le dije.
    -La señora de P… -dijo él mirándome asombrado y señalándome al viejo-; ese señor es quien vive en este palacete; ella murió hace dos meses.
    Lancé un grito y caí de espaldas.
    -¿Y después? -pregunté yo, ansioso por saber más.
    -¿Después? -dijo él gozando de nuestra atención y sopesando sus palabras-, después me desperté, porque todo eso no era más que un sueño.
    Cuentos

    Jan Potocki HISTORIA DEL ENDEMONIADO PACHECO

    Joseph von Eichendorff SORTILEGIO DE OTOÑO

    Ernst Theodor Amadeus Hoffmann EL HOMBRE DE ARENA

    Walter Scott LA HISTORIA DE WILLIE EL VAGABUNDO

    Honoré de Balzac EL ELIXIR DE LARGA VIDA

    Philaréte Chasles EL OJO SIN PARPADO

    Gérard de Nerval LA MANO ENCANTADA

    Nathaniel Hawthorne EL JOVEN GOODMAN BROWN

    Nikolaj Vasilievic Gogol LA NARIZ

    Théophile Gautier LA MUERTA ENAMORADA

    Prosper Mérimée LA VENUS DE ILLE

    John Sheridan Le Fanu EL FANTASMA Y EL ENSALMADOR

    VOLUMEN SEGUNDO: LO FANTÁSTICO COTIDIANO

    Edgar Allan Poe EL CORAZóN REVELADOR

    Hans Christian Andersen LA SOMBRA

    Nikolàj Semënovic Leskov CHERTOGON

    Auguste Villiers de l'lsle-Adam ¡COMO PARA CONFUNDIRSE!

    Guy de Maupassant LA NOCHE

    Vernon Lee AMOUR DURE

    Ambrose Bierce CHICKAMAUGA

    Jean Lorrain LOS AGUJEROS DE LA MÁSCARA

    Robert Louis Stevenson EL DIABLO DE LA BOTELLA

    Henry James LOS AMIGOS DE LOS AMIGOS

    Rudyard Kipling LOS CONSTRUCTORES DE PUENTES

    Herbert George Wells EL PAÍS DE LOS CIEGOS


    TEMA:LA VIDA                          CUANDO YO VINE A ESTE MUNDO

    Nicolás Guillén, 1947

    Cuando yo vine a este mundo,

    nadie me estaba esperando;

    así mi dolor profundo

    se me alivia caminando,

    pues cuando vine a este mundo,

    te digo,

    nadie me estaba esperando.


    Miro a los hombres nacer,

    miro a los hombres pasar;

    hay que andar,

    hay que mirar para ver,

    hay que andar.


    Otros lloran, yo me río,

    porque la risa es salud:

    Lanza de mi poderío,

    coraza de mi virtud.

    Otros lloran, yo me río,

    porque la risa es salud.


    Camino sobre mis pies,

    sin muletas ni bastón,

    y mi voz entera es

    la voz entera del son.

    Camino sobre mis pies,

    sin muletas ni bastón.


    Con el alma en carne viva,

    abajo, sueño y trabajo;

    ya estará el de abajo arriba

    cuando el de arriba esté abajo.

    Con el alma en carne viva,

    abajo, sueño y trabajo.


    Hay gentes que no me quieren,

    porque muy humilde soy;

    ya verán cómo se mueren

    y que hasta a su entierro voy,

    con eso y que no me quieren

    porque muy humilde soy.


    Miro a los hombres nacer,

    miro a los hombres pasar;

    hay que andar,

    hay que vivir para ver,

    hay que andar.


    Cuando yo vine a este mundo,

    te digo,

    nadie me estaba esperando;

    así mi dolor profundo,

    te digo,

    se me alivia caminando,

    te digo,

    pues cuando vine a este mundo,

    te digo,

    ¡nadie me estaba esperando!

    EN  PAZ

    Amado Nervo

     Artifex vitae, artifex sui


    Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, Vida,

     porque nunca me diste ni esperanza fallida,

     ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

     porque veo al final de mi rudo camino

     que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

     que si extraje la miel o la hiel de las cosas,

     fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:

     cuando planté rosales coseché siempre rosas.


     Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:

     ¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!


     Hallé sin duda largas las noches de mis penas;

     mas no me prometiste tan sólo noches buenas;

     y en cambio tuve algunas santamente serenas...


     Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

     ¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!


    ODA A LA VIDA
    Pablo Neruda
    La noche entera
    con un hacha
    me ha golpeado el dolor,
    pero el sueño
    pasó lavando como un agua oscura
    piedras ensangrentadas.
    Hoy de nuevo estoy vivo.
    De nuevo
    te levanto,
    vida,
    sobre mis hombros.

    Oh vida, copa clara,
    de pronto
    te llenas
    de agua sucia,
    de vino muerto,
    de agonía, de pérdidas,
    de sobrecogedoras telarañas,
    y muchos creen
    que ese color de infierno
    guardarás para siempre.

    No es cierto.

    Pasa una noche lenta,
    pasa un solo minuto
    y todo cambia.
    Se llena
    de transparencia
    la copa de la vida.
    El trabajo espacioso
    nos espera.
    De un solo golpe nacen las palomas.
    Se establece la luz sobre la tierra.

    Vida, los pobres
    poetas
    te creyeron amarga,
    no salieron contigo
    de la cama
    con el viento del mundo.

    Recibieron los golpes
    sin buscarte,
    se barrenaron
    un agujero negro
    y fueron sumergiéndose
    en el luto
    de un pozo solitario.

    No es verdad, vida,
    eres
    bella
    como la que yo amo
    y entre los senos tienes
    olor a menta.

    Vida,
    eres
    una máquina plena,
    felicidad, sonido
    de tormenta, ternura
    de aceite delicado.

    Vida,
    eres como una viña:
    atesoras la luz y la repartes
    transformada en racimo.

    el que de ti reniega
    que espere
    un minuto, una noche,
    un año corto o largo,
    que salga
    de su soledad mentirosa,
    que indague y luche, junte
    sus manos a otras manos,
    que no adopte ni halague
    a la desdicha,
    que la rechace dándole
    forma de muro,
    como a la piedra los picapedreros,
    que corte la desdicha
    y se haga con ella
    pantalones.
    La vida nos espera
    a todos
    los que amamos
    el salvaje
    olor a mar y menta
    que tiene entre los senos.
     
    TEMA: LA MUERTE                   PARA ENTONCES

    Manuel Gutiérrez Nájera

    Quiero morir cuando decline el día,

    en alta mar y con la cara al cielo,

    donde parezca sueño la agonía,

    y el alma, un ave que remonta el vuelo.


    No escuchar los últimos instantes,

    ya con el cielo y con el mar a solas,

    más voces ni plegarias sollozantes

    que el majestuoso tumbo de las olas.


    Morir cuando la luz, triste, retira

    sus áureas redes de la onda verde,

    y ser como ese sol que lento expira:

    algo muy luminoso que se pierde.


    Morir, y joven: antes que destruya

    el tiempo aleve la gentil corona;

    cuando la vida dice aún: soy tuya,

    aunque sepamos bien que nos traiciona.


    CUANDO HAYA MUERTO, LLÓRAME TAN SÓLO

     William Shakespeare

    Cuando haya muerto, llórame tan sólo
    mientras escuches la campana triste,
    anunciadora al mundo de mi fuga
    del mundo vil hacia el gusano infame.

    Y no evoques, si lees esta rima,
    la mano que la escribe, pues te quiero
    tanto que hasta tu olvido prefiriera
    a saber que te amarga mi memoria.

    Pero si acaso miras estos versos
    cuando del barro nada me separe,
    ni siquiera mi pobre nombre digas
    y que tu amor conmigo se marchite,

    para que el sabio en tu llorar no indague
    y se burle de ti por el ausente.


    VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS

    César Pavese

    Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

    -esta muerte que nos acompaña

    de la mañana a la noche, insomne,

    sorda, como un viejo remordimiento

    o un vicio absurdo-. Tus ojos

    serán una vana palabra,

    un grito acallado, un silencio.

    Así los ves cada mañana

    cuando sola sobre ti misma te inclinas

    en el espejo. Oh querida esperanza,

    también ese día sabremos nosotros

    que eres la vida y eres la nada.

    Para todos tiene la muerte una mirada.

    Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.

    Será como abandonar un vicio,

    como contemplar en el espejo

    el resurgir de un rostro muerto,

    como escuchar unos labios cerrados.

    Mudos, descenderemos en el remolino.




    LA CAIDA DE LAS HOJAS

    Fernando Celada


    Cayó como una rosa en mar revuelto...

    Y desde entonces a llevar no he vuelto

    a su sepulcro lágrimas ni amores.

    es que el ingrato corazón olvida,

    cuando está en los deleites de la vida,

    que los sepulcros necesitan flores.


    Murió aquella mujer con la dulzura

    de un lirio deshojándose en la albura

    del manto de una virgen solitaria;

    Su pasión fue más honda que el misterio

    vivió como una nota de salterio,

    murió como una enferma pasionaria.


    Espera, -me decía suplicante-

    todavía el desengaño está distante...

    no me dejes recuerdos ni congojas;

    Aún podemos amar con mucho fuego;

    no te apartes de mí, yo te lo ruego;

    espera la caída de las hojas...


    Espera la llegada de las brumas,

    cuando caigan las hojas y las plumas

    en los arroyos de aguas entumidas.

    Cuando no haya en el bosque enredaderas

    y noviembre deshoje las postreras

    rosas fragantes al amor nacidas.


    Hoy no te vayas, alejarte fuera

    no acabar de vivir la primavera

    de nuestro amor, que se consume y arde;

    Todavía no hay caléndulas marchitas

    y para que me llores necesitas

    esperar la llegada de la tarde.


    Entonces, desplomado en tu cabeza

    en mi pecho, que es nido de tristeza,

    me dirás lo que en sueños me decías,

    pondrás tus labios en mi rostro enjuto

    y andarás con un listón de luto

    mis manos cadavéricas y frías.


    ¡ No te vayas por Dios...! Hay muchos nidos

    y rompen los claveles encendidos

    con un beso sus vírgenes  corolas;

    todavía tiene el alma arrobamientos

    y se pueden juntar dos pensamientos

    como se pueden confundir dos olas.


    Deja que nuestras al mas soñadoras,

    con el recuerdo de perdidas horas,

    cierren y entibien sus alitas pálidas,

    y que se rompa nuestro amor en besos,

    cual se rompe en los árboles espesos,

    en abril, un torrente de crisálidas.


    ¿ No ves como el amor late y  anida

    en todas las arterias de la vida

    que se me escapa ya?... Te quiero tanto,

    que esta pasión que mi tristeza cubre,

    me llevará como una flor de octubre

    a dormir para siempre al camposanto.


    Me da pena morir siendo tan joven,

    porque me causa celo que me roben

    este cariño que la muerte trunca.

    y me presagia el corazón enfermo

    que si en la noche del sepulcro duermo,

    no he de volver a  contemplarte nunca.


    ¡ Nunca...! ¡Jamás...! En mi postrer regazo

    no escucharé ya del eco tu paso,

    ni el eco de tu voz... ¡Secreto eterno.!

    Si dura mi pasión tras de la muerte

    y ya no puedo cariñosa verte,

    me voy a condenar en un infierno.


    ¡ Ay, tanto amor para tan breve instante!

    ¿Por qué la vida, cuanto más amante

    es más fugaz? ¿Por qué nos brinda flores,

    flores que se marchitan sin tardanza,

    al reflejo del sol de la esperanza

    que nunca deja de verter fulgores?


    ¡ No te alejes de mí, que estoy enferma!

    Espérame un instante... cuando duerma,

    cuando ya no contemples mis congojas...

    ¡ Perdona si con lágrimas te aflijo!...

    - Y cerrando sus párpados, me dijoo:

    ¡ Espera la caída de las hojas.!


    ¡ Ha mucho tiempo el corazón cobarde

    la olvidó para siempre! Ya no arde

    aquel amor de los lejanos días...

    Pero ¡ Ay.! A veces al soñarla siento

    que estremecen mi ser calenturiento

    Sus manos cadavéricas y frías...!


    ANTE UN CADÁVER

    Manuel Acuña


    ¡Y bien! Aquí estás ya..., sobre la plancha

    donde el gran horizonte de la ciencia

    la extensión de sus límites ensancha.


    Aquí, donde la rígida experiencia

    viene a dictar las leyes superiores

    a que está sometida la existencia.


    Aquí, donde derrama sus fulgores

    ese astro a cuya luz desaparece

    la distinción de esclavos y señores.


    Aquí, donde la fábula enmudece

    y la voz de los hechos se levanta

    y la superstición se desvanece.


    Aquí, donde la ciencia se adelanta

    a leer la solución de ese problema

    que solo al anunciarse nos espanta.


    Ella, que tiene la razón por lema,

    y que en tus labios escuchar ansía

    la augusta voz de la verdad suprema.


    Aquí está ya... tras de la lucha impía

    en que romper al cabo conseguiste

    la cárcel que al dolor te retenía.


    La luz de tus pupilas ya no existe,

    tu máquina vital descansa inerte

    y a cumplir con su objeto se resiste.


    ¡Miseria y nada más!, dirán al verte

    los que creen que el imperio de la vida

    acaba donde empieza el de la muerte.


    Y suponiendo tu misión cumplida

    se acercarán a ti, y en su mirada

    te mandarán la eterna despedida.


    ¡Pero no!..., tu misión no está acabada,

    que ni es la nada el punto en que nacemos,

    ni el punto en que morimos es la nada.


    Círculo es la existencia, y mal hacemos

    cuando al querer medirla le asignamos

    la cuna y el sepulcro por extremos.


    La madre es solo el molde en que tomamos

    nuestra forma, la forma pasajera

    con que la ingrata vida atravesamos.


    Pero ni es esa forma la primera

    que nuestro ser reviste, ni tampoco

    será su última forma cuando muera.


    Tú sin aliento ya, dentro de poco

    volverás a la tierra y a su seno

    que es de la vida universal el foco.


    Y allí, a la vida, en apariencia ajeno,

    el poder de la lluvia y del verano

    fecundará de gérmenes tu cieno.


    Y al ascender de la raíz al grano,

    irás del vergel a ser testigo

    en el laboratorio soberano.


    Tal vez para volver cambiado en trigo

    al triste hogar, donde la triste esposa,

    sin encontrar un pan sueña contigo.


    En tanto que las grietas de tu fosa

    verán alzarse de su fondo abierto

    la larva convertida en mariposa,


    que en los ensayos de su vuelo incierto

    irá al lecho infeliz de tus amores

    a llevarle tus ósculos de muerto.


    Y en medio de esos cambios interiores

    tu cráneo, lleno de una nueva vida,

    en vez de pensamientos dará flores,


    en cuyo cáliz brillará escondida

    la lágrima tal vez con que tu amada

    acompañó el adiós de tu partida.


    La tumba es el final de la jornada,

    porque en la tumba es donde queda muerta

    la llama en nuestro espíritu encerrada.


    Pero en esa mansión a cuya puerta

    se extingue nuestro aliento, hay otro aliento

    que de nuevo a la vida nos despierta.


    Allí acaban la fuerza y el talento,

    allí acaban los goces y los males

    allí acaban la fe y el sentimiento.


    Allí acaban los lazos terrenales,

    y mezclados el sabio y el idiota

    se hunden en la región de los iguales.


    Pero allí donde el ánimo se agota

    y perece la máquina, allí mismo

    el ser que muere es otro ser que brota.


    El poderoso y fecundante abismo

    del antiguo organismo se apodera

    y forma y hace de él otro organismo.


    Abandona a la historia justiciera

    un nombre sin cuidarse, indiferente,

    de que ese nombre se eternice o muera.


    Él recoge la masa únicamente,

    y cambiando las formas y el objeto

    se encarga de que viva eternamente.


    La tumba sólo guarda un esqueleto

    mas la vida en su bóveda mortuoria

    prosigue alimentándose en secreto.


    Que al fin de esta existencia transitoria

    a la que tanto nuestro afán se adhiere,

    la materia, inmortal como la gloria,

    cambia de formas; pero nunca muere.




    MUERTE NO SEAS ORGULLOSA

     John Donne


    Muerte, no seas orgullosa, aunque algunos te llamen

    poderosa y terrible, porque no lo eres,

    pues aquellos que crees haber aniquilado

    no mueren, ¡pobre muerte!, ni a mí puedes matarme.


    Del descanso y del sueño, que son sólo tu imagen,

    viene placer, y luego de ti más vendrá aún:

    los mejores se marchan cuanto antes contigo,

    descanso de sus huesos, libertad de sus almas.


    Del hado eres esclava, del Azar, reyes y locos,

    y habitas en veneno, guerra y enfermedad;

    opio y hechizos pueden igual adormecernos,

    y aún mejor que tu golpe. ¿Por qué entonces tu orgullo?


    Después de un breve sueño despertamos eternos,

    Y ya no habrá más muerte: muerte, tú morirás.







    MICROCUENTOS
    Costas Axelos
    Siete habitantes de la Atlántida salen a pasear: un poeta, un pintor, un sacerdote, un bandido, un usurero, un enamorado y un pensador. Llegan a una gruta. “¡Qué lugar más propicio para la inspiración!”, exclama el poeta. “¡Qué espléndido tema para un cuadro!”, dice el pintor. “¡Qué rincón favorable para rezar!”, salmodia el sacerdote. “¡Qué ubicación soñada para un escondite”! declara el bandido. “¡Es una soberbia caja fuerte!”, murmura el usurero. “¡Qué refugio para mi amor!”, sueña en voz alta el enamorado. “¡Es una gruta!”, agrega el pensador.

    Calidad y cantidad

    Alejandro Jodorowsky

    http://www.elcuentorevistadeimaginacion.org/indexcuento.php

    No se enamoró de ella, sino de su sombra. La iba a visitar al alba, cuando su amada era más larga.

    Los cinco cuentos cortos más bellos del mundo: I
    Gabriel García Márquez

    Un niño de unos cinco años que ha perdido a su madre entre la muchedumbre de una feria se acerca a un agente de la policía y le pregunta: “¿No ha visto usted a una señora que anda sin un niño como yo?”.

    Los cinco cuentos cortos más bellos del mundo: II
    Gabriel García Márquez
    Mary Jo, de dos años de edad, está aprendiendo a jugar en tinieblas, después de que sus padres, el señor y la señora May, se vieron obligados a escoger entre la vida de la pequeña o que quedara ciega para el resto de su vida. A la pequeña Mary Jo le sacaron ambos ojos en la Clínica Mayo, después de que seis eminentes especialistas dieron su diagnóstico: retinoblastoma. A los cuatro días después de operada, la pequeña dijo: “Mamá, no puedo despertarme… No puedo despertarme”.
    Los cinco cuentos cortos más bellos del mundo: III
    Gabriel García Márquez
    Es el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde un décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.
    Los cinco cuentos cortos más bellos del mundo: IV
    Gabriel García Márquez
    Dos exploradores lograron refugiarse en una cabaña abandonada, después de haber vivido tres angustiosos días extraviados en la nieve. Al cabo de otros tres días, uno de ellos murió. El sobreviviente excavó una fosa en la nieve, a unos cien metros de la cabaña, y sepultó el cadáver. Al día siguiente, sin embargo, al despertar de su primer sueño apacible, lo encontró otra vez dentro de la casa, muerto y petrificado por el hielo, pero sentado como un visitante formal frente a su cama. Lo sepultó de nuevo, tal vez en una tumba más distante, pero al despertar al día siguiente volvió a encontrarlo sentado frente a su cama. Entonces perdió la razón. Por el diario que había llevado hasta entonces se pudo conocer la verdad de su historia. Entre las muchas explicaciones que trataron de darse al enigma, una parecía ser la más verosímil: el sobreviviente se había sentido tan afectado por su soledad que él mismo desenterraba dormido el cadáver que enterraba despierto.

    Los cinco cuentos cortos más bellos del mundo: V
    Gabriel García Márquez
    El pelotón de fusilamiento lo sacó de su celda en un amanecer glacial, y todos tuvieron que atravesar a pie un campo nevado para llegar al sitio de la ejecución. Los guardias civiles estaban bien protegidos del frío con capas, guantes y tricornios, pero aun así tiritaban a través del yermo helado. El pobre prisionero, que solo llevaba una chaqueta de lana deshilachada, no hacía más que frotarse el cuerpo casi petrificado, mientras se lamentaba en voz alta del frío mortal. A un cierto momento, el comandante del pelotón, exasperado con los lamentos, le gritó:
    -Coño, acaba ya de hacerte el mártir con el cabrón frío. Piensa en nosotros, que tenemos que regresar.
    La manzana
    Ana María Shua
    La flecha disparada por la ballesta precisa de Guillermo Tell parte en dos la manzana que está a punto de caer sobre la cabeza de Newton. Eva toma una mitad y le ofrece la otra a su consorte para regocijo de la serpiente. Es así como nunca llega a formularse la ley de gravedad.
    El puñal
    Jorge Luis Borges
    En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.
    Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.
    Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.
    En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.
    A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles. 
    La mala memoria
    André Breton
    Me contaron hace un tiempo una historia muy estúpida, sombría y conmovedora. Un señor se presenta un día en un hotel y pide una habitación. Le dan el número 35. Al bajar, minutos después, deja la llave en la administración y dice:
    –Excúseme, soy un hombre de muy poca memoria. Si me lo permite, cada vez que regrese le diré mi nombre: el señor Delouit, y entonces usted me repetirá el número de mi habitación.
    –Muy bien, señor.
    A poco, el hombre vuelve, abre la puerta de la oficina:
    –El señor Delouit.
    –Es el número 35.
    –Gracias.
    Un minuto después, un hombre extraordinariamente agitado, con el traje cubierto de barro, ensangrentado y casi sin aspecto humano entra en la administración del hotel y dice al empleado:
    –El señor Delouit.
    –¿Cómo? ¿El señor Delouit? A otro con ese cuento. El señor Delouit acaba de subir.
    –Perdón, soy yo… Acabo de caer por la ventana. ¿Quiere hacerme el favor de decirme el número de mi habitación?
    Tranvía
    Andrea Bocconi
    Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. “Amplia sonrisa, caderas anchas… una madre excelente para mis hijos”, pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna.
    Él se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía.
    Dudó. Ella bajó.
    Se sintió divorciado: “¿Y los niños, con quién van a quedarse?”
    El gesto de la muerte
    Jean Cocteau
    Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
    -¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
    El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
    -Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
    -No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
    EL HOMBRE INVISIBLE
    Gabriel Jiménez Emán
    Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

    CUENTO DE HORROR
    Juan José Arreola
    La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones

    LA ÚLTIMA CENA
    Ángel García Galiano
    El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida

    CADA COSA EN SU LUGAR
    Luisa Valenzuela
    Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque el silencio no podía recordar dónde lo había metido.

    PALABRAS PARCAS
    Luisa Valenzuela
    Abelardo, Arsaín, astuto abogado argentino, asesino agudo, apuesto, ágil aerobista acicalado. Atento. Amable. Amigo asiduo, afectuoso, acechante. Ambicioso. Amante ardiente, arrecho. Autoritario. Abrazos asfixiantes, ansiosos, asustados. Aluvión apagado, artefacto ablandado, apocado. Agravado. Altamente agresivo, al acecho. Abelardo Arsaín. Arma al alcance, arremete artero, ataca arrabiado, asesina. Atrapado. Absuelto: autodefensa. ¡Ay!

    EL ESPEJO CHINO
    Anónimo
    Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.

    Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.

    Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.

    La mujer le dio el espejo y le dijo:

    -Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.

    La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:

    -No tienes de qué preocuparte, es una vieja.

    EL SUEÑO DEL REY
    Lewis Carroll
    -Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?

    -Nadie lo sabe. -Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?

    -No lo sé.

    -Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela.

    LA GORRA
    Kaveri
    Nadie logró dar con una explicación lógica para el sorprendente hecho, pero el día que Nando, el cartero del barrio, fue atropellado por un tranvía, iba vestido únicamente con su gorra.

    UNA PEQUEÑA FÁBULA
    Franz kafka
    ¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.
    -Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato... y se lo comió.

    EL POZO
    Luis Mateo Díez
    Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.

    Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.

    Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.

    En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.

    "Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.

    EL LOCO
    Jordi Cebrián
    Dejó atrás todo, y ahora hace esculturas extrañas que vende a turistas despistados, y aprende trucos de magia que jamás muestra a nadie. Cree tener cosas que contar, reflexiones nunca dichas, nunca escritas, pero nadie quiere oírlo, ni a él le gusta hablar con gente. Antes, cuando era contable, cada día se parecía a otro día, y soñaba con vivir así, pero sin latas de comida y sin frío. Ahora es libre, o algo parecido, y no tiene que explicarse ante nadie, y come cuando quiere y hace lo que quiere. Pero, incluso ahora, cada día es igual al anterior.

    LA EXTRANJERA
    Nuria Amat
    Se han apoyado en la baranda del faro. Han llegado hasta aquí sin miedo.
    Atraídos por el amor al vértigo. Guiados por una flecha insolente de la noche. Ella mira hacia abajo. El mar la deslumbra. Olas hinchadas como venas patean su rabia contra la muralla de rocas. Él le pide: Ámame.
    Ella no responde. Es joven y cierra los ojos como si estuviera viviendo muchas muertes. Ella teme saltar. Él le reclama: Bésame. La luz del faro indaga por las cosas perdidas y los encuentra a ellos. Amantes de las sombras son el blanco del silencio. Ella quiere saltar porque en su garganta tiene un nudo de reproches. Como él no pregunta, tampoco ella le responde. Su pasado es un mapa deshecho. Viene de un país hundido. No resulta fácil decir lo que se piensa. Y ella piensa demasiado. Ahora abre los ojos para ver el naufragio de su alma. Él la abraza como si quisiera desnudar su rabia. Ella le pide: Mátame.

    EL DRAMA DEL DESENCANTADO
    Gabriel García Márquez
    ...el drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.



    PAN BAJO LOS PÁRPADOS 76 lecturas
    Anónimo aquí
    Si quisiera podria ir recorriendo todas las habitaciones e ir contando todos los azulejos y todas las fracciones de azulejo que van cubriendo el suelo. Podría abrir el gas de la cocina y al cabo de unas horas encender un cigarrillo. Podría cortarme los cabellos y echarlos a la tortilla. Degollar al periquito. Oler la pared, golpear la pared, pintar la pared. Mirar el mar, hervir las tortugas, comerme las uñas, fundir seis o siete velas, romperme la cara a macetazos, arrojarme por las escaleras... Pero como siempre, al final cojo la ventana y me la guardo en el bolsillo.

    HOSTAL EN LA CIUDAD VIEJA
    Hipólito G. Navarro
    Sobre la mesilla, junto al despertador, reposa un libro de título curioso: Guía de edificios apuntalados de interés. En la página 37 tiene disimulada una errata: donde dice “Caso antiguo”, debería decir “Casco antiguo”.
    El turista sueña toda la noche con paredes que encima se le caen, sin poderlo remediar. Se trata de una pesadilla con errata o clave camuflada: además del sueño de un turista, es un sueño futurista.

    UN TIPO
    Fabio Rodríguez de la Flor
    Era bastante imbécil. Trabajaba en uno de esos parques temáticos. En invierno se vestía de Silvestre y en verano de Piolín. Los psiquiatras le diagnosticaron síndrome de doble personalidad. Era bastante imbécil. Sonreía dentro de la careta cuando le hacían una foto. Murió el año pasado. Un chaval precoz de once años con pelo largo y ojos guionados le prendió fuego a la poliamida con la punta de un cigarro.
    El pobre imbécil se pasaba la mitad de un año persiguiendo y la otra mitad perseguido, la mitad de un año de blanco y negro y la otra mitad amarillo y naranja. Cada uno de esos trajes representaba una personalidad y una temporada, igual que el olor a pipas impregnaba sus tardes de domingo. Su pobre mujer guarda el único traje de trabajo dentro del ropero, en un sepulcro hecho con miles de bolitas de alcanfor, como si fuera un monumento marca ACME. Murió en verano, así que es Silvestre el que yace en el armario.

    EL BOLI
    Jaime de Nepas
    En el sótano de la fábrica F hacen monómeros a partir de derivados del petróleo, los cuales se transforman en polímeros o resinas sintéticas cuando interviene un catalizador. Las resinas sintéticas se suben a la planta principal y se dividen en la cadena A y en la B. En la primera se le añaden elementos termoestables, se calientan, se moldean y producen tubitos de plástico endurecido, recto, hexagonal de 7 milímetros de diámetro y 13 centímetros de longitud, y ligeramente biselado al final. En la cadena B los polímeros se convierten en un poliestireno flexible, que por inyección se transforma en un tubo que cabe en el interior del primero. En la cadena C se acoplan ambos, se pone en la punta un cono metálico dorado con una bolita diabólica y se rellena el interior de tinta (un disolvente mezclado con negro de humo, azul de Prusia, amarillo de cromo u otros pigmentos), se coloca una tapa y un capuchón también de plástico, y ya está hecho el bolígrafo. Parecen todos iguales, pero ca, miles de ellos sólo valen para que los muerdan por atrás los niños, los estudiantes y los oficinistas; otros miles van a parar en exclusiva a las orejas de los comerciantes; también hay miles de ellos que reposan eternamente sin hacer nada en bolsillos de chaquetas o camisas; algunos de estos últimos, rebeldes, eyaculan por su cuenta, destrozan las blusas y son arrojados a la basura; los hay a millares que no hacen más que quinielas; otros muchos se pierden y, en fin, la mayoría de ellos tiene tinta sin misterio. Pero uno entre cien millones lleva en su interior media novela; busca, trabaja con dos de éstos y ya la tienes completa.


    NO DEBERÍA HABER TELÉFONOS EN EL HOGAR DE UN MINERO
    Aitana Castaño
    Marisa no tuvo que levantar el auricular para saber lo que le iban a decir al otro lado del hilo telefónico: eran las cuatro menos diez de la madrugada y Jaime estaba en el pozu... pero lo levantó. —Marisa, oye mira que soy Serafín, ¿tas bien?, vete a buscar a la mi muyer, nun tes sola, ye que mira... Marisa oye dime algo... Marisa colgó el teléfono sin decir nada, arropó a Jacobo que dormía en la cuna y comenzó a llorar. Al poco, sonó el timbre. Eran las vecinas. Ellas tampoco dijeron nada.

    MÚSICA
    Ana María Matute
    Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.
    Y otra vez silencio.
    Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba lago.

    La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:
    -¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!

    A LA SALIDA DEL INFIERNO
    Marco Denevi
    -Dante: Adiós, dulce maestro.
    -Virgilio: ¡Cómo! ¿Y el Purgatorio? ¿Y el Paraíso?
    -Dante: ¡Para qué! Quien conoció el Infierno ya no tiene ningún interés en el Purgatorio. Y respecto al Paraíso, sabe que es la ausencia de infierno.
    CUENTO POLICIAL
    Marco Denevi
    Rumbo a la tienda donde trabajaba como vendedor, un joven pasaba todos los días por delante de una casa en cuyo balcón una mujer bellísima leía un libro. La mujer jamás le dedicó una mirada. Cierta vez el joven oyó en la tienda a dos clientes que hablaban de aquella mujer. Decían que vivía sola, que era muy rica y que guardaba grandes sumas de dinero en su casa, aparte de las joyas y de la platería. Una noche el joven, armado de ganzúa y de una linterna sorda, se introdujo sigilosamente en la casa de la mujer. La mujer despertó, empezó a gritar y el joven se vio en la penosa necesidad de matarla. Huyó sin haber podido robar ni un alfiler, pero con el consuelo de que la policía no descubriría al autor del crimen. A la mañana siguiente, al entrar en la tienda, la policía lo detuvo. Azorado por la increíble sagacidad policial, confesó todo. Después se enteraría de que la mujer llevaba un diario íntimo en el que había escrito que el joven vendedor de la tienda de la esquina, buen mozo y de ojos verdes, era su amante y que esa noche la visitaría.

    EL ADIVINO
    Jorge Luis Borges
    En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado…

    EL BESO
    Enrique Anderson Imbert
    La reina de un remoto país del norte, despechada porque Alejandro el Magno había rechazado su amor, decidió vengarse. Con uno de sus esclavos tuvo una hija y la alimentó con veneno. La niña creció, hermosa y letal. Sus labios reservaban la muerte al que los besara. La reina se la envió a Alejandro, como esposa; y Alejandro, al verla, enloqueció de deseos y quiso besarla inmediatamente. Pero Aristóteles, su maestro de filosofía, sospechó que la muchacha era un deletéreo alimento y, para estar seguro, hizo que un malhechor, condenado a muerte, la besara. Apenas la besó, el malhechor murió retorciéndose de dolor.
    Alejandro no quiso poner sus labios en la muchacha, no porque estuviera llena de veneno, sino porque otro hombre había bebido en esa copa.

    ¿Qué es una antología literaria?
    Es una colección de textos literarios que responden a una misma temática, género o subgénero, país, época, autor, etc.
    ¿Cómo iniciar?
    Elegir el criterio para la recopilación de textos, es decir: ¿de qué tipo serán?
    Reunir los textos literarios, con autor y respetando los títulos completos.
    Guardar cada fuente de consulta.
    ¿Qué debe incluir?
      Portada (Nombre de la antología, imágenes y datos del compilador).
      Hoja en blanco.
      Índice (Ordenar los textos y numerar las páginas según el criterio del compilador).
      Prólogo.
      Dedicatoria.
     Textos completos (Utilizar tipografía y tamaño de letra distinta al texto para los títulos de los textos).
      Fuentes de consulta ordenadas alfabéticamente, separar las de libros (bibliográficas) y los enlaces o direcciones electrónicas.
      Contraportada, en ella se deberá escribir una reseña de la antología. Se pueden agregar imágenes.

        Determinar el empastado o engargolado.